“Esta certeza es comprendida con el cuerpo no con el pensamiento. Todo tipo de pensamiento barniza la realidad que nos rodea, la fija, la mata. El tiempo se disuelve”.
Rogelio Treviño.
E
staba en el taller de pintura del Bandido, observando la larga avenida a través de esa extensa ventana de vidrio ubicada en el tercer piso del edificio, desde ahí, meditabundo, me quede pasmado viendo el ir y venir de personas que caminaban al ras del asfalto, súbitamente, observe fijamente el movimiento de una muchacha joven que cadenciosamente cruzaba la avenida con refinada levedad, de pronto me pregunté ¿qué se sentirá ser mujer? Le pregunté a Bandido en voz alta, el no emitió ningún comentario, se movió de la silla en la que estaba reposando y fue a hurgar sobre un montón de libros apilados que tiene en el estudio, sacó uno y me lo extendió, el titulo del texto es: “La mujer que no fui” del autor Rogelio Treviño. Ese evento sucedió aproximadamente hace dos años.
Anduve vagando con el libro en la mochila, en ese tiempo no le había puesto atención a los autores del noroeste, a esa literatura aparentemente periférica. Un día, no recuerdo el momento preciso, tome el texto y lo hojee con curiosidad, ya me había encontrado un par de libros de poesía publicados por la colección SOLAR, ediciones del Instituto Chihuahuense de la Cultura, y los había intentado leer, pero no atraparon mi atención, no fui el lector adecuado para esas líneas o simplemente no encontré experiencia, contenido o intensidad en esas propuestas. Pues como tenia tal prejuicio de esa editorial, me demore algunos meses para entrarle al texto de Treviño.
Una vez que lo empecé a leer, no lo solté, sentí un místico vértigo que recorría cada hoja, la intensidad de una voz en el naufragio, la lucidez de aquel que narra desde la experiencia marginal, el riesgo de un texto que no se deja atrapar por la categorías literarias, que se escapa a la clasificación de cualquier índole narrativa, un texto que mantiene un ritmo poético poliédrico. Fue una rotunda sorpresa leer –la mujer que no fui- del poeta itinerante Rogelio Treviño, uno queda con una serie de sensaciones psicotrópicas, ideas sueltas, experiencias vagabundas e imágenes galopando en la cabeza.
Rogelio Treviño pasó sus días terrenales entre la ciudad de Chihuahua y Ciudad Juárez, nació en ‘Chiwas’, pero vivió durante varios años en ‘Juaritoz’. Tengo algunos conocidos y un par de amigos que lo conocieron en vida; me cuentan que Rogelio fue muy lúcido intelectualmente, conocedor de la literatura clásica y contemporánea, culto y muy aficionado al café y al alcohol. –La mujer que no fui- tiene la textura de ser un texto de un viaje a un inframundo con texturas desérticas, una ciudad que huye como si observáramos una imagen que va en un constante retroceso hasta perderse en un paisaje borroso y etílico, una serie de imágenes caleidoscópicas que se atraen y se repelen. El empiezo de la novela corta e experimental lo anuncia con el siguiente titulo: “Conocerse es horrorizarse”, con esa frase empieza y con esa acaba la novela de Treviño.
No conocí en persona al poeta Treviño, su muerte fue trágica y llena de claro oscuros, su existencia la de un trashumante que supo revelar sus secretos mediante el lenguaje de la luz de la diosa blanca, la poesía. Por ello y por buscar pretextos idílicos y etílicos, iré en busca de su poema épico Septentrión, el cual no he leído, lo degustaré con unos frescos tragos de cebada, en una cantina por donde el mismo Rogelio optaba por ir a refrescar su singular e infinita sed. Y antes de atender a ese llamado, los dejo con una de las frases de Treviño que anda circulando por su ciudad inventada en la novela –la mujer que no fui-: “Abrí lentamente el espejo y salí de la casa. Ideal de mujer, la mujer que no fui. Cuanta nostalgia sentí por mi mismo aquella tarde. Toda mujer también busca al hombre que no fue”.