Amo el canto del cenzontle, pájaro de las cuatrocientas voces. Amo el color del jade y el enervante perfume de las flores; pero amo más a mi hermano el hombre”: Netzahualcóyotl. Sea permitido y prudente iniciar este pequeño escrito tomando en cuenta la sabiduría del texcocano ancestro: aquel que cantó con armonía diametralmente opuesta a lo que se canta en los ahora días aciagos de este bello país.

Se cuenta en la mitología purépecha que cuando la diosa de la tierra Nana Kuerari estaba esperando un hijo, quedó fascinada por el canto del cenzontle. La diosa pintaba con miles de colores a las aves de la tierra, mientras el cenzontle cantaba posado sobre su hombro. Como la pintura se terminó y el ave sobre el hombro no se favoreció con color alguno, los dioses la premiaron con cuatro voces adicionales al cenzontle para que cantara también a los dioses del viento y el agua.

Ya por el 1916, el buen Ramón con sus hermosas López Velardiades, escribió para su libro Zozobra sobre un zenzontle impávido (el buen Ramón escribió zenzontle con dos zetas): “He vuelto a media noche a mi casa, y un canto como vena de agua que solloza, me acoge… Es el músico célibe, es el solista y dócil y experto, es el zenzontle que mece los cansancios seniles y la incauta ilusión con que sueñan las damitas…”

Para todos aquellos que gustan de escuchar los trinos de las aves, personas que no viven enclaustrados dentro de la vorágine obsesiva contemporánea, sepan que entre cuentos se dice que las almas de las personas al morir se meten dentro de los cuerpecitos de los pájaros del monte para seguir viviendo en el mundo. Y dense cuenta de que los criadores de aves aseguran que si el cenzontle no es rodeado de las condiciones adecuadas, e incluso si no es criado en una casa donde exista armonía y relaciones humanas cordiales, simplemente languidece progresivamente hasta dejarse morir.

Es maravilloso dedicar la atención, aunque sea en pequeños tiempos, a disfrutar de los amaneceres u ocasos para escuchar la relajante vocalización de las aves canoras. A través de cantos, trinos o gorjeos se pueden diferenciar, con la experiencia del oído suficiente, a los jilgueros, mirlos, ruiseñores, canarios o la paloma torcaz. Y es posible llegar a interpretar, con cerrada observación, hasta los estados de ánimo de los animalitos.

Qué gran fortuna de las diversas generaciones que, ahora, en la historia reciente identifican como: Interbellum, Grandiosa, Silenciosa, Baby Boomers, X, Y, Z y, Millennials, es saber que el cenzontle está ahí, ahí con la alegría de su canto que acompaña a la vida. Sí, ahí, en la vecindad de los sentidos humanos.

Comentarios a: [email protected]     

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *