Para dar comienzo a este escrito se anotará que así como de manera radical y antagónica se habla de que los esfuerzos mundanos son manejados por la influencia de dos tipos de liderazgo: el visible y el invisible, otras clasificaciones se mueven dentro de lo opuesto: autocrático y democrático, transaccional y transformacional, o sin tener contrapartidas, se habla del liderazgo laissez-faire que se basa en la máxima: “dejar hacer a tus empleados, ellos saben lo que deben de hacer”. Lo curioso es que fuera de estudios y recomendaciones, en el mundo del trabajo, los jefes se mueven de acuerdo a sus propios caracteres y dejan a la vera del camino los sueños situacionales a la hora de ordenar lo que hay que hacer. El fenómeno, claro, no es exclusivo de los “líderes” nacionales, también los internacionales suelen olvidarse de lo aprendido en la escuela sobre lo conducente al manejo administrativo del personal. Bueno, parece que a fin de cuentas, la muy vieja historia de aprovechar que el trabajador tenga la imperiosa necesidad de laborar para alcanzar el decoro de su vida familiar, se antepone a los principios fundamentales del digno trato humano. Es conveniente que antes de cerrar el párrafo se anote que en el universo de los negocios puede, desde luego, haber excepciones y que una mesura encomiable mueva las acciones productivas.

Sin embargo, existe un terreno donde, al parecer, los esfuerzos de toda la investigación sobre liderazgo efectivo parecen haberse perdido entre las profundas zonas de lo oscuro: la incierta y divagante administración pública. Bajo la premisa de que el bienestar burocrático tiene como un pago obligado al voto, el liderazgo, pues, claro, no importa. ¿Tiene usted estimado lector, fuera de los límites pagados o arrebatados por los políticos a los medios de comunicación, la identificación de candidatos con virtudes éticas observables? Sí la respuesta es no, usted está en lo correcto y se podrá colegir que en realidad no existen líderes visibles. O sea, no hay héroes que frente a una palestra peroren el detalle de sus virtudes morales: ¡No hay líderes con calidad humana a la vista! Y de no haber visibles, pues menos habrá invisibles. Bueno es mencionar que en nuestra pre hispanidad, Tlacaélel, se convirtió en un símbolo de lo que habrá de ser toda la obra de un gran consejero azteca, de un hombre tras bambalinas, de un líder invisible, discreto y necesario. ¿Cómo soñar en el ámbito de la administración pública con líderes visibles o invisibles? Y vaya, en estos renglones, sólo se tocó un aspecto manejado en el seno de una extensa clasificación del tópico que ahora ocupa este espacio.

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