Tendría uno o dos años de haber salido del seminario, por primera vez, cuando a través del arquitecto José luís Barragán conocí a un grupo de amigos, que entre otras cosas me llevaron a la obra de Octavio Paz. Hasta ese momento no había oído hablar de él y mucho menos lo había leído, ya que mis lecturas seminarísticas se habían basado principalmente en autores europeos y casi nunca en autores latinoamericanos.
Fue el poeta Rafael Meza Galván, que en paz descanse, el primero que me hablara sobre Octavio. Hablaba de él con admiración, entusiasmo, orgullo y respeto; tanto así, que me despertó de mi somnolencia europeizante para hacerme sentir que en Paz había algo importante que yo desconocía. Ese sol que llegara a Premio Nobel, lo había deslumbrado e hizo que también me deslumbrara y, así, me puse a leerlo.
Comencé por el Laberinto de la soledad y luego Libertad bajo palabra. Al principio, me costó adentrarme en ese mundo que se me ofrecía, pero que de alguna manera, en forma oculta, ya habitaba en mí. Interesado, decidí conocer más de él y pasé a sus otros libros. Leía todo lo que me llegaba a las manos, tanto poesía como ensayo y fui asiduo lector de sus revistas: Plural y Vuelta. Nunca me defraudó y mucho menos me aburrió: todo era nuevo, mágico, lleno de luz, de colores vivos y exóticos como lo son en nuestra tierra; a tal grado que lo dicho por él pasó a ser dogma de fe y expresión de júbilo.
Siempre me abría puertas, siempre descubría su inteligencia brillante, lúcida, universal y totalizadora buscando la conciliación a través de lo contradictorio. Percibía su interés y curiosidad por todo. Me atrevo a afirmar que pocos han escrito y opinado tanto y con tanta variedad sobre temas como: pintura, escultura, arquitectura, religión, metafísica, física, biología, psicología, política, educación, etc. Y pocos tan atinadamente como él. Sólo para citar algo, hasta el momento no existe mejor ensayo y más completo sobre Sor Juana Inés de la Cruz, que su libro de Sor Juana o las trampas de la fe.
Pasó el tiempo; leí otros autores, otras revistas, pero Paz, siempre estuvo presente y aún sabía aparecer en el momento menos indicado; tanto era así, que un día andando por la Comercial Mexicana, me detuve en la sección de libros y revistas y al pasar los ojos por los estantes descubrí sus cuatro últimos libros, hasta donde yo sabía. Y quise llevarme los cuatro: Al paso, Convergencias, La llama doble y Vislumbres de la India; Sin embargo, viendo su precio y la parquedad de mi cartera decidí irlos adquiriendo poco a poco. Primero opté por Al paso y La llama doble, pero me dolía dejar los otros dos imaginando que al contar con el dinero ya no estarían. Y dudaba si primero La llama doble o Vislumbres de la India y, haciendo de tripas corazón, opté sólo por La llama doble. Recuerdo que no salía aún del estacionamiento, cuando ya lo había sacado de su funda y lo hojeaba.
Al ir leyendo, fui entrando de nuevo al mundo maravilloso de Paz; sólo que ahora con mayor alejamiento, sentido crítico y madurez. Y al igual que disfrutaba de su lectura, descubrí sus limitaciones, limitaciones de todo ser humano inmerso en un espacio y un tiempo definidos. Pero que a pesar de ello no era menos brillante y lo fui descubriendo en su verdadera estatura de ser humano. Octavio Paz fue un hombre de su siglo, un hombre del siglo veinte.
Tiempo después, un día, al llegar del trabajo, se me aviso de una triste noticia del momento: Paz había dejado de existir. Sólo escuché. Poco a poco, casi si sentir, se fue alojando en mí un vacío, una orfandad, un sentimiento y un dolor de pérdida irreparable.
Sólo me resta en su memoria, ofrecerle el poema que a continuación escribo y que me hubiera gustado que él lo leyera… pero conservo la esperanza de que lo leerá donde se encuentre.
A UN AMIGO
Vagando en mí descubro la mañana, el despertar, la luz y el canto de los pájaros.
No sé quién soy, ni me interesa.
Camino… y atento me percibo en cada instante que se abre y me realizo ahí,
donde el misterio se renueva y nos ofrece un gajo de esperanza a nuestra vida.