Desde que Friedrich Nietzsche mató, soberbiamente, a Dios, la estancia del hombre en el mundo terreno no ha sido ya la misma. Y es lógico, la filosofía del alemán elevó de rango a los hombres al otorgarles el calificativo de superiores sin considerar para los pobres y los muertos el más mínimo acceso a las instancias eternas y celestes. El proceso tuvo un razonamiento lineal dado que llevó a las personas, hechas a imagen y semejanza del creador, hasta la cima de lo racional. Después, a lo largo de la historia reciente y en medio de un nihilismo galopante de las naciones mayormente desarrolladas, hombres y mujeres con absurda flagrancia han indagado, sin éxito, como llenar el hueco dejado por la divinidad y recurren a todo tipo de acciones buscando encontrar el detalle de controlar las conductas humanas en el orbe a su favor. Y hoy, por lo contrario, se palpa la enorme divergencia de criterios que la gente manifiesta delante del más elemental de los acuerdos. Lo que se vive es, la verdad, para ponerse a llorar. En las redes sociales aparecen puntos de vista que, cuantificados, casi coinciden con el número de opiniones de los participantes. Así la confusión se maximiza bajo una tempestad de ideas unilaterales y dispersas que rebasan la criba de lo absurdo. Todo aparece como una segunda y mayor torre de Babel. Y es que todo se mueve con sencillos lenguajes táctiles de tecleo sobre las robustas estructuras de Facebook, Instagram, Twitter y otras en una atmósfera que parece de farsa.
Aparte, sin realmente conocer la fecha de la declaración, se anota que en un comunicado totalmente inesperado y aparecido por ahí en el internet, se dice que la canciller alemán Ángela Merkel citó lo siguiente: “Europa debe volver a Dios y a la Biblia para superar la crisis de la islamización”. Alabando la valentía de la gran dirigente Ángela Merkel y sea útil reconocer que el nihilismo adoptado por las sociedades evolucionadas se ha convertido en una verdadera indefensión delante del el ataque espiritual de cualquier creyente. A un siglo de distancia, batallando muchos por difundir la superioridad humana, los pueblos que en nada creen, no tendrán un regreso sencillo hacia lo recomendado por la Merkel. Tal parece que el buen Nietzsche, a fin de cuentas, no leyó con atención que la prédica de Dios era, principalmente, para paliar el sufrimiento de la pobreza. Y, también, habrá que reprocharle que no se asomó al futuro del crecimiento demográfico y a la inobjetable permanencia de la extrema miseria.