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rató de enderezarse en la cama y luego se sentó en el borde, con las manos se frotaba la cara y los ojos para desperezarse y tratar de localizar las chancletas en el piso, en medio de la oscuridad de la pequeña recámara. Se paró con lentitud para no marearse de más, pero aun así tuvo que sentarse nuevamente para volver a intentarlo sin ser presa del maldito vértigo. Se calzó las chancletas y caminó unos pasos vacilantes en la penumbra del cuarto, con el propósito de abrir las gruesas cortinas. Vestía la raída piyama de rayas verticales blancas y grises, que probablemente nunca se había lavado desde que se estrenó.
La inundación de luz a través de la ventana casi lo noqueó y trastabillando y cegado por el golpe luminoso logró abrir por completo las cortinas, aunque seguía luchando tratando de apartarse la luminosidad cubriéndose con las manos, como luchando contra un enemigo efímero punzante, pero una vez ambientado a las condiciones se dirigió al buró para ver la hora en su reloj de pulsera, las trece veinticinco, leyó sin sorprenderse.
Gaby ¿Dónde estás cariño?
Recorrió todo el cuarto con la mirada, aún estaba la huella de su presencia en el colchón y en la posición de las almohadas. Se agachó para ver debajo de la cama, abrió el clóset y el ropero. Tomó el pequeño radio portátil del buró y lo encendió, pero tenía un volumen tan alto que le molestó profundamente los oídos y al tratar de bajarle le subió más, de tal suerte que malabareando casi se le cayó de las manos. Lo sintonizó al azar, sin prestar ninguna atención a lo que escuchaba, se asomó a la ventana, la gente caminaba en la plaza, unos en una dirección, otros en otra, y mirando desde la ventana del segundo piso de la casa que habitaban desde hacía ya cuatro años, pensaba que sin duda todos tendrían algún asunto que tratar, como él, cuando caminaba hacia el destino que lo unió con Gaby para hacerse compañía. Yo soy del club de corazones solitarios del sargento pimienta, discurría mientras miraba su imagen de frente en el espejo de cuerpo entero, haciendo muecas ridículas y luego repetía lo que escuchaba por la radio… Sí a los circos, pero sin animales… Sí a los circos, pero sin animales… Super trouper la lala lalala… Super trouper la lala lalala… Lo irreal y extraño como algo cotidiano, el realismo mágico, a la vez que seguía buscando a Gaby. Gaby cariño, ya no te escondas de mi jeje… Lo irreal y extraño como algo cotidiano, el realismo mágico…
Se recostó en la cama mirando al techo y fijó la atención en la espiral vítrea y blanca del foco ahorrador, se paró para encender la luz y se volvió a recostar mirando fijamente al foco que lo deslumbraba y le hacía ver lucecitas de colores que le divertían y trataba de atraparlas como si fueran pequeñas luciérnagas resplandecientes a plena luz del día. No paraba de reírse como un niño juguetón, siguiendo con la monotonía de la repetición de los diálogos y canciones transmitidas por la radio. Al entrecerrar los ojos observó que a través de las pestañas se le formaba un haz intenso de luz que viajaba diagonalmente desde el foco hacia la pared de su lado izquierdo. Definió bien el sitio en el que se proyectaba el haz y fue caminando hacia ese específico lugar localizado. Sí, aquí es donde debes estar escondida Gaby, ya siento tu presencia. Se trataba de una repisa sobre la que se encontraba un pequeño cofre de madera. Lo cogió y lo abrió con sumo cuidado y con una actitud de gran alegría, pero a la vez de singular respeto, dijo quedito: ¡Por fin te encontré! ¡Aquí estás mi vida!
Al día siguiente Trató de enderezarse en la cama y luego se sentó en el borde, con las manos se frotaba la cara y los ojos para desperezarse y tratar de localizar las chancletas en el piso, en medio de la oscuridad…