Con motivo de la confección de una revista sobre música, me senté a revisitar este libro que recibí de regalo hace algunos años. Carlos Prieto es uno de los grandes referentes en la cultura de México, no sólo como el gran intérprete de violonchelo del siglo XX, sino como observador de los grandes acontecimientos mundiales a través de sus giras. Prieto conoció a los grandes intérpretes y compositores, como muestra sencilla habrá que anotar que Manuel M. Ponce le dedicó una pieza para chelo cuando el maestro tenía apenas seis años…

Publicado originalmente en 1998 y reeditado con posterioridad varias veces por el Fondo de Cultura Económica, Las aventuras de un violonchelo, es un viaje temporal y geográfico a las antiguas factorías de violines lombardos, a las salas de conciertos de los cinco continentes y al deambular afable de un intérprete globalizado. Poco escapa de su mirada incisiva y a una prosa que sabe detenerse a conversar con precisa erudición, que sabe atraer al lector para insuflarle el gusto por la música que antes llamábamos “clásica” y ahora, no sé por qué, se apellida “de concierto”.

La edición viene acompañada con un disco que a través de sus piezas abarca casi dos siglos y medio de repertorio para violonchelo, titulado de Bach a Piazzola. El deleite de leer sobre los luthiers del siglo XVIII o de evolución del chelo como instrumento, se multiplica al compartirse con la música de Carlos y Chelo Prieto.

No viene mal tampoco animar a los jóvenes a leer este libro, pues muchos de ellos (al igual que Google) asocian la palabra Stradivarius a una marca de ropa, y no al legendario laudero de Cremona. Sí, los tiempos cambian y la música se ha vuelto más ruidosa, más dependiente de la electricidad y de las amplificaciones hasta límites inaudibles, pero para muchos el canto del violonchelo, que comparte el mismo registro de la voz humana, todavía es capaz de acariciar con mayor precisión las fibras más sensibles del alma humana.

Cierro con una anécdota encantadora. En su libro, cuenta el autor, dueño de un Stradivarius avaluado en varios millones de dólares, que siempre viaja con junto a su instrumento en la cabina del avión. Por lo cual, suele registrarlo en el mostrador bajo el nombre de Chelo Prieto. En una ocasión la dependiente de la aerolínea le preguntó por la edad de su acompañante. “Está por cumplir 280 años”, respondió con sinceridad el interesado. Acto seguido, y en concordancia con las directrices de la empresa, la empleada le otorgó un descuento especial para la tercera edad.

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