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l mundo está para perderse, repetía una y otra vez sin soltar el cigarrillo que colgaba como trapecista de su labio superior e inferior derecho. El viejo tenía un aspecto adusto, solitario y lánguido, ahí estaba el fulano de botas vaqueras, cinto de piel con el símbolo de la estrella solitaria en el centro, camisa de cuadros, jean azul ajustado y ojo azul claro medio deslavado, ahí estaba el viejo, como un gringo texano más, apoyado en la barra de la cantina El Tenanpa en San Miguel de Allende Guanajuato.

El mundo está para perderse, le decía reiteradamente a un moreno, chaparrito, cara redonda y ojos rasgados que solitariamente bebía espumosas con una sed milenaria e intempestiva en la barra de la cantina. A los minutos llegaron un par de músicos con sus instrumentos, bajo, sexto norteño y un viejo acordeón que aun suspiraba y exhalaba sonidos. En la esquina derecha de la barra estaba un joven de aproximadamente 32 años vestido citadinamente con jean rotos, camisa negra sin mangas, Converse negros y sobre sus brazos se asomaban extensos tatuajes coloridos que adornaban su cuerpo. Él se aferraba a la barra pidiendo whisky al cantinero con una actitud soberbia y altanera, se plantaba en la cantina y se dirigía a los músicos pidiendo complacencias sonoras como “La puerta negra o Camelia la tejana.”

El mundo está para perderse, repetía súbitamente el gringo viejo mientras se estampaba su nostálgica figura en el espejo de la parte frontal de la cantina. Entraban otros güeros norteamericanos, uno de ellos, muy blanco con tonos rosas rojizos con rostro de pollo feliz fue y saludó efusivamente al gringo viejo y lo llamó: “hey buddy Dubái, enjoy the momento, drink mexican beer and morenas”, y soltó una soberana carcajada que se quedó dando vueltas en el ambiente mientras el dúo norteño interpretaba Camelia la tejana.

El viejo Dubái por fin estaba ahí, en el bajío mexicano de San Miguel de Allende, en uno de los paraísos norteamericanos para archivar el pasado, gozar de algunos privilegios que se pueden extender en a la largo y ancho del territorio mexicano sin cuestionamientos ni regulaciones legales, fiscales o de otra índole. México es una especie de paraíso para muchos ciudadanos norteamericanos, europeos o cualquier individuo influyente que tenga recursos económicos para poder gozar de privilegios que en ningún otro sitio va a poder enjoy. El camino ya está bien trazado, San Miguel de Allende ya está sutilmente sitiado por el capital económico, por las grandes marcas, galerías de arte, joyerías de autor, restaurantes de alcurnia, farmacias, narcomenudeo, hoteles boutique, fraccionamientos privados con campos de golf. El viejo Dubái se agotó de andar buscando riquezas económicas y bélicas en medio oriente, en Arabia Saudita. El viejo Dubái se ganó su apodo, prestigio y si se puede llamar respeto por apostar su suerte a esas tierras inhóspitas, hipnóticas y panaceas del desorden capitalista del siglo XXI.

El mundo está para perderse. El cantinero Alex se atreve a preguntarle al viejo texano que porque el mundo está para perderse, el viejo Dubái lo ve cabizbajo y balbucea palabras ininteligibles e indescifrables como el hecho de estar ahí, en esa cantina tan lejos y tan aparentemente cerca de Dubái, Emiratos Árabes Unidos. A lo lejos, como un sutil murmullo se escuchaba un corrido que jocosamente interpretaba el dúo norteño, un verso quedaba girando en la órbita etílica de ese espacio movedizo: “En las cantinas me doy la vida, en las banquetas un resbalón”. 

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