Siempre he pensado que lo que nos convierte en ciudadanos de nuestro país y del mundo, no es el cumplimiento de lo señalado en los documentos legales donde se establezcan los requisitos. No, lo que nos vuelve en ciudadanos no es tema legal, es un tema de comunidad, de humanidad. En el momento que entendemos que podemos y debemos poner a disposición de los demás nuestras capacidades, por pocas o muchas que sean y de esa forma tratar de ser un agente de cambio positivo para nuestra comunidad, en ese momento seremos entonces sí, ciudadanos de este mundo.
Además de abogado soy fotógrafo y siempre pensaba en como poder vincular esto a favor de nuestra gente y entonces un día me di cuenta el impacto que puede tener una imagen. Ahí supe que podía hacer
Desde 2011 que comenzó un conflicto interno en Siria y hasta en día de hoy el Observatorio internacional en materia de DDHH que se instaló en aquel país, estima que han muerto cerca de 470,000 personas y van cerca de 5 millones de personas que han sido obligadas a desplazarse de su casa, de su tierra, como consecuencia de dicho conflicto
Si leemos eso en el periódico suena como si habláramos de tanta gente que nuestra cabeza no puede asumirlo. Tal vez pensemos que 470,000 muertos son como si llenáramos casi 5 estadios aztecas. O si hablamos de 5 millones de desplazados suenan como si todos los que vivimos en el Estado de Guanajuato, tuviéramos que irnos de aquí. En fin, suena a mucha gente, pero nada más. Tristemente son sólo números.
Pero entonces un día nos topamos con una imagen. La imagen de un pequeño que hoy sabemos se llamaba Aylan Kurdi. La imagen nos dejaba ver a un pequeñito que estaba recostado en la playa, como dormidito, pero en realidad encerraba el drama y el dolor de un desplazamiento forzado. Aylan tenía tres años cuando junto con su familia tuvo que subir a un bote para tratar de llegar a a las costas de Turquía. En el intento el bote se hundió. Murieron muchísimos seres humanos entre ellos Aylan, su hermano de 5 años y su mamá. No puedo si quiera tratar de imaginar el dolor de un padre que puso la vida de su familia en su espalda buscando algo mejor.
Ahí, cuando vi la imagen supe que si bien es cierto era una vida de las 470,000 que se estiman se han perdido, pero en automático Aylan le dio un rostro a cada una de ellas. Nos enseñó que cada uno de ellos tenía, papas, hijos, amigos, sueños. Tal cual nosotros.
Cuando pasó esa situación recuerdo que muchas voces en nuestro país le exigían al Presidente que aceptáramos en México un número de refugiados y que mostráramos al mundo que México no era como los países europeos que cerraron sus fronteras a las Sirios. Todo eso está bien. Sin embargo, me preguntaba si no teníamos nosotros nuestra propia crisis humanitaria. No encuentro diferencia alguna entre Aylan o Jhonny, el niño hondureño de 4 años que dejó todo atrás y que sube al tren con su mamá embarazada, buscando llegar a EEUU y que además, lo veo en un alto de Irapuato pidiendo un pan y un poco de agua. No tenemos que buscar hasta el otro lado del mundo para poder ser generosos de corazón o bien para mostrar lo miserables que podemos llegar a ser. La vida nos pone enfrente de seres humanos que nos necesitan y nosotros tenemos los más preciado que nos regaló Dios además de la vida: el libre albedrio, la decisión de ser como queremos ser. Entonces pregunto: ¿qué queremos ser?
A partir de entonces he documentado fotográficamente el paso de los migrantes por nuestro Estado. El nuestro, es un lugar clave, pues aquí pueden decidir tomar el tren rumbo a Laredo (más corto, pero con el problema de pasar por Tamaulipas) o bien por Guadalajara para continuar a Ciudad Juárez. Nuestro estado es clave en el movimiento de los migrantes. Créanme que he visto de cerca el verdadero drama que significa para una persona tener que dejar todo buscando poder llevar pan a su mesa.
Hoy tenemos en nuestro país una caravana que se estima en cerca de 7,000 centroamericanos, principalmente hondureños y veo con mucha tristeza, pero desgraciadamente sin sorpresa, que muchísimas voces criminalizan a esta gente.
El asunto es grave, mucho. Ha sido torpemente manejado por nuestro gobierno actual, pero también por el que en diciembre estará en funciones.
Las escenas de nuestros policías aventando gas lacrimógeno a la caravana (incluyendo niños, mujeres y ancianos), nos deja muy mal parados. Las reglas impuestas a la hora por nuestro país respecto al tema de las visas y el asilo, tampoco está bien manejado. Nos quejamos de los que nos hacen los norteamericanos, pero no queremos aceptar que nosotros nos comportamos igual.
México, pudo tranquilamente solicitar la intervención de la ONU y de la Oficina del Alto Comisionado en DDHH, para mediar y encontrar soluciones. Podría también haber establecido estrategias conjuntas con el presidente hondureño para que tal vez con capital mexicano y norteamericano se buscara en Honduras una fuente de empleo para ellos y evitar esto.
Pero las estrategias de una nación (torpes o no) y la presión de EEUU, están muy lejos de lo que nosotros como personas si podemos hacer y estoy seguro de que lo podemos hacer mejor que nuestros gobernantes.
Históricamente México ha sido un país hermano y empático. Basta con recordar durante el Gobierno de Lázaro Cárdenas y particularmente de su esposa Amalia Solórzano, la gran acogida que se le dio a los emigrantes españoles que salieron huyendo de la guerra civil española y que hoy son parte del corazón de este país.
Decía José Saramago: “Si tú no emigraste, emigró tu padre y si tu padre no necesitó mudar de sitio fue porque tu abuelo, antes que él, no tuvo otro remedio que irse, cargado la vida sobre sus espaldas, en busca del pan que su tierra le negaba”.