Me encantaría que México tuviera un aeropuerto como el que en conjunto diseñaron el prestigiado Norman Foster, responsable de obras maravillosas en todo el mundo, y el yerno de Carlos Slim, Fernando Romero, quien construyó el Museo Soumaya, en la Ciudad de México.
Pero también me gustaría que una obra maravillosa como esa, que se merece y necesita México, no estuviera nunca rodeada de porquería, de influyentismo, de corrupción, de tráfico de influencias.
Sólo voy a poner un ejemplo: el 25 de marzo pasado, Aristegui Noticias publicó que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), responsable de construir la barda perimetral del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), lo hizo mediante un contrato “que le permitió encarecer la obra en un 89% y el uso de al menos dos empresas fantasma”.
Sí, empresas fantasma, como las que Javier Duarte o Roberto Borge usaban cada que se les pegaba la gana.
La barda perimetral tenía un costo original de mil 547 millones de pesos, pero terminó costando 2 mil 930 millones.
Repito: a mí me encantaría volar desde un aeropuerto que desde México sea el epicentro aeronáutico que conecte a Estados Unidos, Europa y Asia con América del Sur, ¿pero pasando por alto cualquier tipo de corrupción?
Y el ejemplo que expongo es únicamente el que tiene que ver con una barda perimetral. ¿Qué pasará con obras realmente ‘relevantes’?, ¿las pistas?, ¿la torre de control?, dejémoslo ahí.
Ahora bien, ¿eso justifica que una decisión se tome a partir de una consulta que dejó muchas dudas y cuyas condiciones, perfectibles desde todos los puntos de vista, abonen aún más a un ambiente de división, clasismo y odio? Me parece un precio muy caro.
Resalto dos mensajes de este martes, uno de Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo, y otro de Germán Martínez, exdirigente del PAN y ahora senador por Morena que será titular del IMSS en cuanto el nuevo gobierno asuma funciones.
“Serénense, tranquilícense, ya se llevó a cabo un cambio en el país, hay que notificarles a algunos, hay que informarles que ya es otro México, y que yo no voy a ser florero, no estoy de adorno. Yo traigo un mandato de los mexicanos, quieren que se acabe, que se destierre la corrupción, la impunidad, y me canso ganso, vamos a acabar con la corrupción, un abrazo”, dijo AMLO en un mensaje publicado en su cuenta de Facebook.
Esa fue la postura de López Obrador ante las críticas del sector empresarial. Desde mi punto de vista, lo que digan priístas y panistas le tiene sin cuidado. La oposición no existe, y si no existe, es porque en el interior de PRI, PAN y PRD se destruyeron entre ellos mismos durante la campaña que derivó en el triunfo electoral de AMLO.
La moraleja es contundente: “Aquí mando yo”, manda decir López Obrador, no manda OHL, cuyo director en México regañaba en público a Peña Nieto, por poner un ejemplo.
Ese mensaje, me parece, lo ratificó un posicionamiento de Germán Martínez desde el Senado.
“Yo voté porque en México tuviéramos un presidente, lamentablemente, ustedes propusieron que México tuviera un gerente. No más gerentes en la Presidencia de la República”, dijo refiriéndose a panistas y priístas.
Si a mí me preguntaran, yo quisiera un presidente, no un gerente (sóbense señores Fox, Calderón y Peña), pero también quisiera el aeropuerto chingón, aunque no a cualquier precio.
No me pregunte por qué, pero yo creo que el aeropuerto se hará.
El autor es Director Editorial de Quinto Poder y Colaborador de am en la Ciudad de México.
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