El sexenio encabezado por Enrique Peña Nieto podría ser colocado en la vitrina más amplia de la corrupción, la ineficacia, el desdén, la frivolidad, la falta de tacto y el oportunismo.
A eso habría que agregarle la torpeza para comunicarse que tuvo durante toda su gestión y la debilidad institucional que imprimió a la investidura presidencial con sus tropezones cotidianos y la falta de credibilidad que él y sus colaboradores reflejaron ante la opinión pública.
Desde el escándalo de la Casa Blanca, pasando por la Estafa Maestra hasta los costos por las alzas a la gasolina, las muertes en el socavón de Morelos, la falta de respuestas por lo ocurrido en Ayotzinapa o Tlatlaya, o la falta de tacto al dar trato de jefe de Estado al entonces candidato Trump, Peña Nieto acumuló un traspié tras otro, que fue dinamitando su administración y erosionó a la sociedad en favor del ahora presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, quien arrolló en la elección presidencial como no se había visto en décadas.
En el periodo de transición, las discutidas decisiones o avisos de AMLO y su equipo, como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la realización de consultas, el amago de la cancelación de comisiones bancarias o la consideración del uso de las reservas del Banco de México, han agitado a los mercados y generado incertidumbre y lastimado la confianza en el país de cara a la nueva administración.
El ánimo social, o al menos el del círculo rojo, es negativo, está polarizado y genera desánimo, y nos tiene pendientes de la paridad peso-dólar, de la situación de la Bolsa de Valores o de la amenaza a la carta diaria del hombre que dice gobernar Estados Unidos.
Pero que no se nos olvide que llegamos a esto porque hubo una mayoría abrumadora que decidió cambiar por la tercera vía inexplorada -diría que la primera era el PRI, la segunda el PAN y la tercera Morena– porque vivimos en un país que socialmente está en ruinas, aunque macroeconómicamente parezca estable.
Era de esperarse con la mitad de la población en pobreza o pobreza extrema, con homicidios al por mayor cada día, con feminicidios al alza, con factureros a los que nadie persigue, con leyes que nadie hace valer.
Ese es el país que hereda Enrique Peña Nieto, en el que Miguel Ángel Osorio Chong no fue capaz de trazar una eficiente estrategia de seguridad, en el que Aurelio Nuño, un improvisado, fue colocado como secretario de Educación, en el que Rosario Robles no vio desvíos millonarios en Desarrollo Social y en el que el procurador Jesús Murillo Karam se cansó de que le pidieran explicaciones por el caso Ayotzinapa.
¿Cómo demonios no iba a haber un grito desesperado?
El asunto ahora es saber si a quien recurrió la mayoría, con esperanza, no vuelve a fallar como en su momento lo hizo Vicente Fox.
En el 2000, la culpa era del PRI, y ahora, una vez más, ese dinosaurio deja un país saqueado, hundido, desesperado, sin rumbo.
A ver ahora qué lección aprendemos con el que llega, pero que nos quede claro, una vez más: la culpa es del PRI, es el origen de todo.
El autor es Director Editorial de Quinto Poder y colaborador de am en la Ciudad de México.
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