Un video de un ataque de un cártel basta para sembrar temor. Más.
El problema es que la precisión de la información condiciona la forma en que la comunidad que “convive” con esos ataques, tiene que seguir viviendo en medio de una anormalidad que no tiene freno.
Vía WhatsApp recibí este martes de siete personas/grupos distintos (probablemente a usted también le llegó) el video en que presuntos integrantes del Cártel de Santa Rosa de Lima atacan sin piedad una vulcanizadora. Eso es lo que se ve en el video, grabado por uno de los atacantes.
El video fue difundido en el programa de radio matutino de Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula, donde se aclaró que el mismo había ocurrido este mes. Después fue replicado en todos los medios que se le ocurra y por supuesto a través de múltiples cuentas de Twitter y Facebook.
La trampa de la amplificación de ese video en redes sociales, y aquí incluyo las conversaciones y grupos de WhatsApp, es que quien lo comparte (puede ser su hermano, papá, tía, novio, esposo), no sabe dónde ocurrió el hecho (Valle de Santiago), cuándo (5 de febrero) y quién lo ejecutó (ya lo mencioné arriba).
Entonces, se da por hecho que lo que se ve en el video, es reciente, que está a unos pasos de nosotros, que es mejor agazaparnos en la casa y no modificar un ápice nuestra rutina, para evitarnos problemas.
Es decir, seguir viviendo en la anormalidad, mientras en la total impunidad un grupo armado puede entrar a una vulcanizadora, un negocio o donde quiera, y tumbar un portón para dar una demostración de poder. ¿Otra?
Pasamos de las fake news a las “news del ahí se va”, mientras los trabajadores de la refinería de Pemex, por ejemplo, ya no saben si una camioneta que está afuera de la RIAMA tiene un artefacto explosivo o lleva parada unos días en cierto lugar porque algún vecino o compañero se fue de vacaciones. El miedo como nuevo compañero.
Pero lo que sí saben, me dicen, es que los patrullajes no bastan, o que las revisiones a sus mochilas son de risa, porque meten sus celulares en el tupper, entre el arroz, porque es así como sus esposas les avisan que ya hubo más ejecutados o más actos violentos, perpetrados por los criminales, que siguen libres y difundiendo videos como esos, que los “empoderan”, mientras las autoridades federales no tocan al hombre que todos saben es el responsable de la situación que impera en Salamanca, Villagrán, Juventino Rosas, Valle de Santiago, Apaseo el Alto, Apaseo el Grande y Uriangato, más los que se acumulen.
Lo más sencillo es ver los videos con el señalamiento de “reenviado” en los chats de WhatsApp, a la distancia, sin comprender que quienes viven en esos municipios, ven pasar esas camionetas cuatro por cuatro, con hombres con el rostro cubierto, intocables.
Mientras, ellos, los ciudadanos, los observan ocultos en sus casas, asomándose tímidamente recargados en el sillón de la sala, detrás de la cortina, preguntándose si algún día eso tendrá fin, porque les gustaría cruzar la calle sin el temor de ver venir a lo lejos o doblando la calle, un convoy de cinco, siete o 10 camionetas, con sujetos armados con rifles de alto poder disparando al aire por el puro gusto de decir que Guanajuato “rifa” y no Jalisco.
No, señores, no se trata solo de compartir un video, estamos hablando de que difundir lo que hace o no un grupo criminal, sin toda la información, genera una cadena de desinformación que para unos provoca una reacción tan simple como “estamos de la chingada” y para otros es “¿y para cuándo se va a terminar esto, qué esperan para venir a arreglarlo?”. Y en eso los medios tienen/tenemos una responsabilidad, usted decida si es positiva o negativa.
Hay vidas en juego, no nos olvidemos. La prometida paz que llegaría por arte de magia, no se concreta, y no se ve cómo, sin el uso de la fuerza. Al menos no a Guanajuato, pero sí se le está satanizando a un estado urgido de una verdadera intervención federal.
Con darle reenviar a esos mensajes, la ola de temor y anormalidad crece cada vez más. Y peor aún, sin saber cuál es el límite.
El autor es Director Editorial de Quinto Poder y colaborador de am en la Ciudad de México.