La plática de sobremesa en Estados Unidos se ha vuelto predecible. No importa si uno convive con demócratas o republicanos: todos quieren saber si Donald Trump enfrentará un juicio político una vez que concluya la investigación de Robert Mueller y si el Partido Demócrata será capaz de encontrar un camino para derrotar a Trump si logra sobrevivir a la tormenta que se acerca. Lo cierto, por ahora, es que un juicio político o al menos uno que culmine con la destitución de Trump es improbable.
Todo puede cambiar si, después de meses de silencio, Mueller revela una red de colusión incontrovertible entre la campaña de Trump y Rusia, pero incluso en ese escenario, el Partido Republicano tendría que abandonar a un hombre que, incluso después de las barbaridades y vergüenzas que ha protagonizado, goza de una enorme popularidad entre la base conservadora. Lo más factible es que Trump llegue maltrecho, pero en su sitio a la elección del año que viene.
En ese caso, la pregunta urgente es qué tiene que hacer el Partido Demócrata para ganar la que será, sin duda alguna, la elección más importante de la historia moderna de EU. En tiempos racionales, la reelección de Trump sería poco probable. Pero estos no son tiempos racionales: a pesar de todo, la derrota de Trump está muy lejos de ser asunto cerrado. Todo lo contrario.
Hace unos días, el periodista Ron Brownstein, quizá el más lúcido analista electoral de Estados Unidos, publicó una radiografía de los dos caminos que tiene el Partido Demócrata para, dado el peculiar sistema electoral estadounidense, alcanzar los 270 votos electorales necesarios para ganar la presidencia. El primero supone recuperar los estados del llamado “cinturón del óxido” en la zona industrial del que fuera el corazón manufacturero en el noreste y medio oeste de Estados Unidos, sobre todo Pensilvania, Michigan, Wisconsin y Ohio.
En 2016, Hillary Clinton dio como un hecho su triunfo en los tres primeros, ignorándolos torpemente durante semanas. Fue ahí donde Trump logró una ventaja mínima que le entregó la Casa Blanca, apelando a la angustia económica y sociocultural de la región. La buena noticia para los demócratas es que Trump ha perdido apoyo en los mismos tres estados en estos dos años de gobierno (Ohio es otra historia y probablemente un caso perdido para los demócratas, dice Brownstein). Para recuperar esos estados cruciales, Brownstein sugiere que el partido encuentre un candidato capaz de persuadir con efectividad a los votantes blancos que votaron por Trump en 2016, descontentos con su situación económica después de la crisis de 2008.
El otro camino para los demócratas está en el extremo opuesto del país, en el llamado “cinturón del sol”, estados del sur estadounidense en los que el voto joven y, sobre todo, de minorías puede hacer la diferencia. En varios estados del suroeste, por ejemplo, el voto potencial de los jóvenes no blancos está creciendo a pasos agigantados. Entre ambos grupos minorías y jóvenes Trump es tremendamente impopular.
En su texto, Brownstein explica que, si los demócratas logran elegir a un candidato capaz de emocionar a los votantes jóvenes y hablarle con empatía a esas minorías emergentes, el partido podría derrotar a Trump con mayor facilidad.
Si Brownstein tiene razón, el partido tiene dos encomiendas aparentemente muy distintas: nominar a un aspirante que logre comunicarse con los votantes blancos que se sienten marginados por la economía de su país y preocupados por los cambios culturales y étnicos en EU y/o hallar a un aspirante que consiga conectar con los jóvenes y las minorías que repudian a Donald Trump en el sur del país. Parecen dos proyectos sin intersección posible. De ahí el calibre del desafío. La solución, sin embargo, quizá está en el peculiar sistema estadounidense, específicamente en las posibilidades de narrativa que ofrece la conformación de la dupla entre el candidato presidencial y el vicepresidencial.
Aunque no lo dice abiertamente, el análisis de Brownstein sugiere que los demócratas podrían tratar de estructurar una dupla que hable a los dos grupos ya descritos. Una posibilidad, por ejemplo, es tener como candidato a la presidencia al ex vicepresidente Joe Biden, capaz de conectar con los votantes blancos del cinturón del óxido, y hacerlo acompañarse de un compañero o compañera de fórmula que funcione en el sur, alguien como la senadora de California Kamala Harris, el ex alcalde de San Antonio Julián Castro, más interesante aún, el ya célebre congresista Beto O”Rourke, un hombre de notable capacidad de convencimiento entre los jóvenes y las minorías (“Joe/Beto 2020” no suena mal&).
Si los demócratas eligen sabiamente, Trump perderá la presidencia. Si prefieren ignorar lecturas detalladas e informadas como la de Brownstein, le habrán entregado un nuevo triunfo a un hombre que si bien podrá ser un presidente mediocre y un ser humano repugnante, tiene por desgracia astucia e instinto de sobra en la política electoral.