Mucho se ha opinado de los aciertos y desaciertos del Presidente de la República dentro de los primeros 100 días de su gobierno. Su popularidad ha ido en aumento, aunque eso no significa que México esté en crecimiento y tenga gran desarrollo económico.
El “pueblo” está contento con los dichos y frases dicharacheras que cita con frecuencia el mandatario del país y que utiliza para evitar respuestas concretas y sustentadas en pruebas. Todo se queda en la superficialidad sin mucho análisis y profundidad, se queda en un chiste, en un reproche, en una acusación, en un regaño, en una lección de moralidad, en una percepción e interpretación personal. El informe matutino se convierte en una función cargada de novedades que mantiene la expectativa. Aunque no muchas personas lo escuchan por lo tardado que resulta oír una oración completa, al final del día o al siguiente, uno se va enterando y sorprendiendo de lo anunciado, ya que el factor sorpresa está continuamente presente.
En efecto hay acciones acertadas que de inmediato calmaron esa ira que brotaba ante la opulencia de una clase política que se aprovechaba del poder sin inmutarse de la pobreza que afecta a una gran parte de la población. Bajar los sueldos de los funcionarios públicos y proclamar la austeridad republicana abonó grandemente a la popularidad del presidente. Y ¿cómo no? México tiene una gran mayoría de personas esforzándose día a día para contar con una manutención familiar digna, padece de una atención médica deficiente y saturada cuando la hay, se enfrenta a dificultades para tener una vivienda propia y muchos obstáculos más a los que un individuo común se enfrenta a diario. La rica vida que se daban los políticos era ofensiva para un pueblo pobre. El dinero del país dispendiado por quienes tenían la responsabilidad de reducir la pobreza.
AMLO visibilizó a los pobres y les habló con mensajes que les llegaron directamente. Hartos de promesas y de manipulaciones, al fin alguien llegó para cumplir lo dicho. Alguien que mostró interés y preocupación en ellos y que ahora tienen prioridad. Así debió haber sido en todos los períodos gubernamentales. Esto está muy bien.
Aquí la preocupación es la perspectiva negativa de las calificaciones crediticias de México. Calificadoras como S&P, Fitch o Moody”s han realizado análisis e informan sobre la insuficiencia de inversión presupuestal, particularmente en el sector energético, que puede afectar el saneamiento de paraestatales como Pemex, y el menor crecimiento de la economía nacional que resulta en menos oportunidades de empleo y salarios más bajos. El Gobierno debe implementar medidas que impulsen el desarrollo y resuelvan los riesgos financieros que se perciben en las finanzas públicas. Tan claro como que sin inversión no hay trabajo y sin trabajo no hay dinero. Si el Presidente quiere disminuir la pobreza y priorizar a los que menos tienen, no podrá cumplir con su objetivo.
Minimizar a las calificadoras es mirar a otro lado y no entender que el rumbo no es el correcto y hay que tomar acciones para redirigir el panorama socio-económico. Si el presupuesto federal se utiliza para financiar dádivas disfrazadas de programas sociales y el dinero sale para miles de apoyos y no hay inversión, el dinero se acabará y los apoyos también. Es necesario fomentar más la inversión privada. Sin este apoyo el crecimiento económico es limitado.
Otro aspecto de este gobierno que no resulta conveniente es el asistencialismo de regalar dinero indiscriminadamente con fines electoreros.
El Programa 68 y más es para todas las personas arriba de esta edad, independientemente de su situación económica, y muchas están recibiendo el dinero sin realmente necesitarlo. El programa debe enfocarse en quienes se encuentran en estado de vulnerabilidad. Así también, con el pretexto de la corrupción el actual gobierno ha cancelado programas de Sedesol de estancias infantiles, personas con discapacidad, comedores comunitarios y refugios de mujeres, dejando a quienes requerían de los apoyos en desamparo. Esto es preocupante.