El problema que alguien enfrenta por andar exigiendo disculpas, es que si se equivoca, es él quien deberá pedir perdón por el temerario reclamo. Es lo que pasará, a la larga, con nuestro presidente-historiador. 

Mal informado, ajeno a los avances de la investigación científica, y sin conocimiento de cómo afecta el acopio monumental del conocimiento del siglo XXI, en la reflexión sobre hechos del pasado; el maestro mañanero se lanzó, de torpe manera, a exigirle al monarca Borbón, que España pida perdón por los agravios causados durante la Conquista, allá en el lejano siglo XVI.

Y es que el tutor matutino estudió en libros de texto gratuito, bajo la influencia de un perverso maniqueísmo nacionalista, en el que se entiende la Conquista de “México” (este país no existía), como una agresión a un bucólico reino, en el que los nativos vivían una vida paradisiaca, interrumpida por el acero hispano, que liquidó su caritativa religión basada en los sacrificios humanos, e impuso el castellano como lengua obligatoria. 

A partir de allí todo se desgrana entre buenos y malos. Una historia muy parecida a una telenovela, lejana a las narrativas de los grandes historiadores mexicanos, ingleses y españoles que han estudiado con minuciosidad el complejo encuentro de civilizaciones que se dio hace ya cinco siglos.

Ahora, hay otra forma de entender la Historia. La da a conocer el gran escritor israelita Yuval Noah Harari (“Sapiens, de Animales a Dioses”, Debate 2013). Entender el proceso de desarrollo de la humanidad, como la evolución de una especie, entre muchas, dotada de aptitudes especiales, denominada Sapiens. 

Desde esa óptica el proceso de la evolución, aparece en un contorno diferente a las lecturas tradicionales; por ejemplo, en la reflexión sobre los imperios, como el español del siglo XVII, del que el revolucionario académico enuncia:

“Hay escuelas de pensamientos y movimientos políticos que buscan purgar la cultura humana del imperialismo, dejando atrás lo que afirman que es una civilización pura y auténtica, no mancillada por el pecado.

Tales ideologías son, en el mejor de los casos, ingenuas; y en el peor, sirven de solapado escaparate del nacionalismo y la intolerancia”. 

Y en eso estamos hoy en día en nuestra patria, amachados en retornar a viejas rencillas, ya superadas, para intentar, en aras a un nacionalismo trasnochado, fracturar a la sociedad, que en lugar de otear el futuro, es obligada a encadenarse al pasado.

Pero de pronto, irrumpe la ciencia en este teatro chocarrero, armado por nuestro Presidente hace algunas alboradas. Los paleo demógrafos han ubicado a los habitantes de lo que hoy sería el territorio de México en 22 millones de personas en 1520. Para 1575 la población indígena se había reducido a menos de dos millones de habitantes. ¿Qué sucedió? 

La respuesta la han ido construyendo los paleo patólogos. Primero se identificaron varias pandemias, propiciadas por el encuentro con los europeos. La primera fue la influenza, que enfermó al almirante Colón en su segundo viaje, terminando con gran parte de los pobladores del Caribe. 

Continuó con una terrible epidemia de viruela, que transportó uno de los miembros de la expedición de Pánfilo de Narváez, y que anidó en Tenochtitlán, mató a Cuitlahuac, y de plano borró de la faz de la tierra a los aztecas. Murieron en una década ocho millones de indígenas. 

Por más que los extremeños y andaluces hicieran milagros para exterminar cuanto indígena encontraran en su camino, era imposible de cumplir esa cifra, más cuando los conquistadores deseaban mano de obra y nuevos fieles para cumplir con su “encomienda”. 

Así ha quedado bien documentada la terrible mortandad que se provocó por ese vector infeccioso, al que luego siguieron el sarampión, la fiebre amarilla y el tifus. 

Sin embargo, en 1545 se dio una nueva enfermedad no identificada. Los indígenas que habitaban el Valle de México, la denominaron cocoliztli. A partir de esa fecha, la reducción de habitantes indígenas en Mesoamérica fue dramática. En solo cinco años, mató aproximadamente a 13 millones de gente, casi todos nativos. 

Para mala fortuna de las tribus originarias, en 1576 se volvió a reactivar la epidemia de cocoliztli, llevándose a la tumba a dos millones más de infectados. 

Esta peste se perdió en el tiempo. No fue identificada en su momento, al contrario de las demás plagas que fueron prontamente clasificadas. Se comenta por los especialistas que fue algo parecido al ébola africano.

Desde hace un par de años, en la mixteca alta de Oaxaca, bajo la plaza central del complejo arqueológico de Yacundaa-Teposcolula, se encontraron los restos de cientos de personas, cuyo deceso se dio a mediados del siglo XVI. 

La alemana Ashlid Vagene, especialista en aqueogenética del Instituto Max Planck de Ciencias de la Historia Humana, conduce los estudios de ADN, de algunos de los más de 800 cuerpos enterrados en ese lugar. 

Ahora hay conclusiones. El misterioso cocoliztli coincide con una cepa de la Salmonella Entérica Paratyphi C. La investigación fue publicada en la prestigiosa revista científica “Nature Ecology & Evolution”.

La información científica, generada apenas en 2018, transforma nuestro conocimiento sobre la Conquista del Imperio Azteca. 

No fue una guerra genocida, encabezada por los castellanos y andaluces (España aún no nacía) la que extinguió a los habitantes del Valle de México, sino una serie de devastadoras epidemias de las que el cocoliztli fue la más mortífera. 

Esta nueva información, deshabilita el argumento que esgrime el presidente, para exigir desagravio y perdón de los españoles, acusados de acciones dolosas de exterminio. AMLO, mal asesorado, se equivocó y debería disculparse.

Ante la evidencia y los estudios que seguirán apareciendo sobre el tema, la ciencia nunca para, aunque no sea “ciencia nacionalista”; los hechos descubiertos transforman la idílica y colorida Tenochtitlán, dibujada y pintada por Diego Rivera, en la cual Andrés Manuel sueña y cree; en una trampa epidemiológica mortal, que diezmó a la población original, liquidando a 20 millones de personas. 

Por eso es importante la ciencia: ilumina la obscuridad y rebela la mentira. No en balde, Steven Pinker, el famoso psicólogo experimental y científico cognitivo de la Universidad de Harvard, ha escrito un vibrante libro: “En Defensa de la Ilustración. 

Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (Ed. Paidós 2018), como una respuesta y ataque directo al populismo que se ha esparcido en Estados Unidos, y que hoy padecemos también en México. 

El culmen de la razón es la ciencia. A ella debemos acudir para desactivar las mentiras en que se trata de sustentar el discurso retrógrado, lineal, predictivo y simplista, con que se pretende engañar a los ciudadanos menos educados. 

No por nada, el primer intento de desarticulación de instituciones, planeado por López Obrador y sus cómplices, se dirigió precisamente en contra del Conacyt. 

La ciencia, la tecnología y la innovación son parte del antídoto contra el populismo ramplón que se trata de imponer en nuestro país. Resistir su embate es vital para sobrevivir a este nuevo cocoliztli político. La razón será la mejor arma.

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