La noticia del bajista del grupo Botellita de Jerez que se suicidó al sentirse sin salida debido a la acusación anónima de acoso y abuso sexual por una chica en la cuenta Me Too Músicos Mexicanos,  me pareció lamentable.

Las denuncias de acoso y abuso sexual fueron tomadas en serio y castigadas a raíz de que mujeres famosas del movimiento Me Too decidieron hacerlos públicos acusando a conocidos y poderosos productores, actores, periodistas y políticos. 

Esta ola de acusaciones seguida por miles de mujeres está destruyendo la carrera de muchos acusados. 

Ante este panorama, es probable que el músico mexicano que se quitó la vida el pasado primero de abril haya pensado que no podría volver a tener una reputación aceptable y mucho menos tendría la admiración de la que gozaba de parte de su público.

Sufrir abuso o acoso de parte de un jefe, entrenador o mánager es devastador, ofensivo y humillante. Así también lo es que la acusación de la víctima no sea atendida y castigada, y lo que es peor es que no sea creíble. 

Es una cuestión de justicia que se castigue al acosador, pero, sin justificar un acto reprobable, tal vez deba existir un análisis más profundo de los hechos.

En días pasados fui a un club deportivo y me enteré de que un empleado que yo conocía había sido despedido por razón de acoso a una chica también empleada del mismo lugar. El individuo piropeaba vulgarmente a la joven al grado de incomodarla.  

A pesar de ser advertido por su empleador, continuó con esa conducta y lo despidieron. Este era un caso de acoso horizontal donde no existía supremacía jerárquica. 

Lo que me impactó fue el comentario de otro empleado que justificaba el despido porque el hostigador “tenía más de 40 años y no estaba en edad de hacerlo”. O sea que a su juicio ¡un joven sí puede acosar! ¿o cómo?  

Datos como este leve comentario denotan que ese proceder masculino es parte de la cultura patriarcal en la que hemos estado inmersos tanto mujeres como hombres, la cual dicta los roles de actuación de acuerdo al sexo y dicta los estereotipos a seguir de igual manera. 

Si la mujer ha de ser sumisa y débil y el hombre dominante y fuerte, tendremos como resultado que ese reparto de papeles deteriora nuestra capacidad de relacionarnos de un modo igualitario. 

Impide que las mujeres se expresen y motiva a los hombres a tener el control de las relaciones. 

Esta imposición cultural no es beneficiosa y obliga a actuar de determinada manera para pertenecer a una sociedad y no ser excluido. 

En un grupo de hombres puede haber presión o hasta burla si no se sigue algún comportamiento que resalte su concepto de hombría.  

A través de la historia son los hombres quienes han tenido el control y el poder y han visto a las mujeres en un plan subordinado. 

Por eso el abuso y el acoso sexual llegaron a verse como algo “normal” que era socialmente “aceptado”, y las mujeres callaban resignadas por razones que quizás ellas mismas no acababan de entender, ya que el medio así lo dictaba provocando angustia, miedo y temor a expresarlo.  

El abuso se da cuando no hay relaciones de igualdad. El movimiento de mujeres está cambiando la forma de ver el mundo y el cambio es cultural y debe ser también institucional. 

Este no es un movimiento que promueva la división, el enfrentamiento, la discordia o la oposición. Las mujeres buscan hacer valer sus derechos. 

Los hombres no saben cómo encajar en esta nueva propuesta que se avecina más rápido de lo que se piensa. 

Los hombres podrían tener una introspección individual, partir de una toma de conciencia  responsable y lograr cambios que generen una sociedad más justa, igualitaria y humana.

Hace 14 años, cuando tuvo lugar el supuesto acoso sexual de Armando Vega Gil, el tema de derechos de las mujeres no era tan visible. 

La frase con la que finaliza su carta de suicidio después de declararse inocente de la acusación hubiera tenido gran trascendencia en la concientización de la problemática si estuviera vivo: 

Quiero pedir disculpas a las mujeres que hice sentir incómodas con mis palabras y actitudes, a las mujeres que dañé con mis modos machistas.

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