Aprovechando la Semana Santa me gustaría hacer unas reflexiones relacionadas con los últimos días de Jesús en la Tierra. 

Como lo hemos visto en películas, las escenas del tiempo anterior a la crucifixión parecen  muy lejanas y de otra época,  pero curiosamente se repiten en todo el ciclo de vida de nuestro planeta desde que apareció la persona humana.

¿Cómo es posible que alguien que se ha dedicado a curar enfermos, alimentar multitudes y hasta resucitar muertos haya tenido un fin tan cruel? ¿Cómo es posible que alguien que hablaba de justicia, misericordia y caridad tuviera un trato tan vil? ¿Cómo es posible que alguien que predicaba amor y bondad finalizara vilipendiado con amenazas, rechazo y expresiones de odio?

Jesús entra montado humildemente en un burrito a Jerusalén;  la gente tendía sus mantos por el camino y otros cortaban ramas de árboles alfombrando el paso, tal como acostumbraban saludar a los reyes y gritaban a su paso “¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”. 

Ante las multitudes que le seguían y alababan, los sacerdotes judíos sintieron temor y buscaron pretextos para meterlo en la cárcel. A los pocos días se le hace un juicio y el pueblo mismo le condena a la crucifixión. ¡Del grito de alabanza al de “crucifícale”!

Difícil es entender la naturaleza humana. Adula, vitorea y se entrega con emoción un día y al siguiente rechaza, repudia y odia. Fueron muchos los que siguieron a Cristo en su momento de triunfo, pero fueron pocos los que lo acompañaron en su pasión y muerte. 

Hemos conocido miles de casos en los que una persona es admirada, querida o es un gran líder y después sus mismos seguidores y admiradores que decían quererlo son quienes le condenan.

Como Pilatos, cuántas veces nos lavamos las manos diciendo ese no es mi problema, el Gobierno debería atenderlo, qué bueno que hay personas que quieren hacerse cargo de esas situaciones, yo no sirvo para eso, a mí no me afecta& y así& con cientos de pretextos permanecemos cómodos e indiferentes.

También emitimos juicios imponiendo reglas que se ajustan a mi forma de ver la vida pero no a la de otros, faltando así a la caridad y a la misericordia condenando sin piedad, atropellando derechos humanos. 

Y sin olvidarnos de Judas ¡Cuántas traiciones existen por mantener intereses personales, beneficios individuales y comodidades egoístas!

Como en todos los casos en los que una mayoría está en contra de alguien que queda repudiado y en desamparo, también aparecen almas buenas, compasivas y justas como un Simón de Cirene que ofrece apoyo a Jesús para cargar la cruz, o una Verónica de buen corazón que con su paño blanco le seca el rostro ensangrentado, o un José de Arimatea, hombre de poder político y económico que da un entierro digno a Jesucristo bajándolo del madero y poniéndolo en su propio sepulcro.  

Y un Juan fiel que permaneció al pie de la cruz. Siempre habrá una buena persona que ayuda en situaciones de desgracia y abandono. 

Pero muchos otros permanecerán indiferentes ante la injusticia y el dolor considerando ajena la suerte de quien sufre.

La Pasión y Muerte de Jesucristo en Semana Santa sigue siendo un reflejo de la actualidad y por desgracia un proceder de la humanidad.

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