Esta columna no es ni para defender el tono supuestamente crítico de Brozo, encarnado por Víctor Trujillo, quien descalifica las conferencias matutinas de Andrés Manuel López Obrador, ni para amortiguar los señalamientos contra los colegas que van a ese espacio en busca de lucimiento.
Esta columna es para poner sobre la mesa lo importante que es la libertad de expresión, tan lastimada por las etiquetas empleadas por el Presidente, quien se refiere a un sector de la prensa llamándolo “fifí”, como a sus detractores, quienes desean que AMLO sea quemado en la hoguera en ese espacio llamado conferencia matutina, “mañanera”, diálogo circular o como usted le quiera llamar.
Para ponerlo en contexto, porque muchos de los opinólogos que “opinan” en realidad no saben lo que ocurre ahí: las puertas de Palacio Nacional, por la calle de Moneda, son abiertas a los periodistas a las 6:30 de la mañana -la conferencia inicia a las 7:00 horas-.
Algunos personajes estigmatizados no los voy a mencionar ni criticar, porque no voy a ser parte del etiquetado que precisamente le reclaman a AMLO y que tanto daña el “diálogo mediático” llegan antes de las 5 de la mañana, para ser los primeros en la fila, y en consecuencia, garantizar ubicarse en primera fila y enfrente del Presidente, para tener más posibilidades de que éste les ceda la palabra.
¿Está mal que haya periodistas a modo? Por supuesto. Y siempre los ha habido. Y los seguirá habiendo. Aquí y en muchos países. Basta con revisar a los periodistas, “famosos” muchos de ellos, que recibieron carretadas de dinero durante los sexenios de Fox, Calderón y Peña, a través de medios masivos de comunicación y por su cuenta, a través de sus sitios que, por cierto, ni una mosca visitaba o visita.
Pero los que no son a modo, están en una disyuntiva, porque los dueños de los medios para los que trabajan, buscan acercarse al poder, es decir al Presidente, para que les toque algo del presupuesto destinado a Comunicación Social, y entonces puedan mantener vigentes sus medios, electrónicos, impresos o digitales, que les dan poder, para influir en la masa (el público) y en negocios alternos (telecomunicaciones, sector energético, construcción, turismo y por supuesto, en política, entre otros).
Los periodistas que van a “La Mañanera” son la carnada, mientras los dueños de los medios negocian “en las alturas”. O eso intentan, aunque no les está yendo muy bien.
Brozo-Víctor Trujillo, hace bien en criticar a quienes se arrastran, por decirlo de alguna manera.
Pero Brozo-Víctor Trujillo, olvida cómo fue parte de una escenificación en la que en El Mañanero, un programa conducido por él en Televisa, en marzo de 2004, con el panista de muy baja reputación, Federico Döring, destapó la trama ideada por Carlos Ahumada, en la que planificó la entrega de sobornos a René Bejarano y Carlos Ímaz.
No cuestiono el valor periodístico de lo que tuvo eso, al contrario, lo aplaudo, porque abrió los ojos del nivel de ambición de personajes cercanos al entonces jefe de gobierno y ahora Presidente aunque Ahumada dijera después que en ello intervinieron Carlos Salinas y “El Jefe” Diego, pero sí me parece antinatura su repentino baño de pureza en un gremio tan dinamitado, hipócrita, sesgado y empecinado en aliarse hacia un bando o el otro: golpear a AMLO o defender a AMLO. (Y dejo en claro que me gusta el tono de Brozo, mucho más que el de Víctor Trujillo).
GRAVE ERROR para el gremio periodístico: la misión es informar, ser equilibrado y pensar en las audiencias.
La libertad de expresión implica, muchas veces tristemente, que haya arrastrados, barberos, vendidos, profesionales, investigadores serios, golpeadores, sicarios a sueldo, medios financiados por magnates con intereses particulares (ajenos al periodismo y más a los negocios que ya enumeré), sitios que apenas subsisten y medios que intentan aportar desde cero. Y a TODOS se les debe garantizar su libertad de expresarse, así lo dice la Constitución.
Reducirlo todo a una crítica de cuatro, cinco o 10 personajes, es como decir que un personaje vestido de payaso acompañado de una mujer semidesnuda no puede decir lo que piensa. Las formas, los tonos, las líneas editoriales, las definen los dueños de los medios y las cabezas de los espacios informativos. La audiencia decide qué consume y a quién le cree. Eso, por supuesto, no garantiza que lo que se absorbe, sea verídico, por más que el medio o el periodista se dé golpes de pecho.
Ahora mismo hay medios controlados por magnates, políticos a través de prestanombres y hasta legisladores.
En la era de la magnificación de las redes sociales y la manipulación tanto en las redes sociales como en los medios tradicionales y los digitales, la única alternativa que queda es que la audiencia, en este caso usted, respetable lector, sea suficientemente inteligente para forjarse un criterio serio y se ampare en su sentido común, para no caer en la trampa de la mentira disfrazada de espectáculo.
Algunos van a “La Mañanera” para buscar lucimiento, otros vamos a trabajar. Algunos hacen de lo que ocurre en “La Mañanera” un espectáculo, otros generamos contenido o buscamos respuestas. Algunos escriben de lo que ocurre en “La Mañanera”, pero nunca han ido, aunque eso sí, dictan preguntas por Whatsapp o las encargan desde un día antes y después despedazan lo que llaman la “homilía del Tlatoani” en sus columnas llenas de hipócritas lecciones de moral.
Si Jorge Ramos fue, ¿por qué el resto de las “estrellas” del periodismo no lo hacen?
La libertad de expresión se defiende encarando al poder o a los que ya no lo tienen, no cuestionándolo escribiendo frente a la Mac o desde el iPhone, vía WhatsApp. Pero claro, es mucho más cómodo, y para eso está el “chalán” que va y da la cara y al que despedazan los bots en redes sociales o en YouTube.
Señores opinólogos y expertos en todo: levántense temprano y pregúntenle al Presidente, en su cara, en lugar de hacer lobbying desde sus muebles Herman Miller. Aunque se ensucien los zapatos y tengan que llegar en Uber. Y dejen de usar a sus reporteros como carnada. Tengan vergüenza, después vayan al bolero y a un buen restaurante de Las Lomas y regresen a su escritorio en el piso 35, para seguir opinando, pero ya con conocimiento de causa.
El autor es Director Editorial de Quinto Poder y colaborador de am en la Ciudad de México.
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