Es difícil encontrar puntos positivos a este gobierno. Hay aspectos que no tienen ningún sentido, que causan indignación y provocan rebeldía.
El presidente de México se ufana de llevar una vida austera al estilo San Francisco de Asís y puede ser cierto que la avaricia material no sea su pasión dominante. En realidad el talón de Aquiles de nuestro mandatario se acerca más a una mezcla entre vanidad y delirio de poder.
La vanidad es un tipo de arrogancia, engreimiento que se define como la confianza excesiva en las habilidades propias o la atracción causada a los demás. Esto se aprecia en el rechazo a los estudios elaborados por gente seria y profesional con bases científicas que indican que el proyecto del aeropuerto de Sta. Lucía no es conveniente llevarlo a cabo por determinadas afectaciones y peligros que los estudios avalan. Así también ha rechazado los diagnósticos que indican que el Tren Maya sea viable, pero, como siempre hemos visto, menosprecia cualquier dato, información o investigación que sea contraria a sus deseos o planes individuales.
Una de las acciones aparentes la tenemos con “las mañaneras”, donde AMLO simula tener comunicación con el pueblo, pero es él quien decide a quién deja participar y a quién excluye, además de gozar de unos reflectores que le permiten popularizarse y manipular a la gente con sus frases ocurrentes con las que batea a cualquiera que pretenda frenar sus designios.
Con el delirio de poder que envuelve su vanidad ejerce una autoridad que sólo cuenta con su visión particular del mundo imponiéndola a donde quiera que vaya, amparándose en encuestas sesgadas y nada profesionales, pero eso sí, aparentando que eso que él decidió, fue una decisión de la mayoría. Recién lo volvimos a presenciar en su visita a Durango con su ya conocida encuesta de levantar las manos a un grupo minoritario y morenista que desconoce fundamentos de los proyectos, pero fieles a su líder le dicen que sí a todo. Además, se encargan de abuchear al gobernador de la entidad que evidentemente no es del partido Morena, halagando así la vanidad del mandatario de la República que disimula el disfrute de su imán hacia la gente que ha seducido con sus simulaciones.
Con apariencia condescendiente y bonachona, López Obrador dice a quienes abuchean que hay que respetar, pero él no lo aplica para sí mismo y ante la presencia del gobernador de Durango anula un proyecto para ese estado apoyándose en su encuesta patito. Eso no sólo es una grave falta de respeto, sino cae también en un cinismo inaudito.
En la prédica de la pobreza franciscana y austeridad republicana, AMLO pone a la venta el avión presidencial y los automóviles del gobierno de Peña Nieto, sin que ese aparentar logre reducir la pobreza. Los recortes de presupuestos al sector salud no constituyen una medida de austeridad, sino un riesgo de muerte para muchos pacientes.
Si de admiración por la vida franciscana se habla, habría que tomar en cuenta la declaración del Papa Francisco que dice: “Un sistema político-económico, para su sano desarrollo, necesita garantizar que la democracia no sea sólo nominal, sino que pueda verse plasmada en acciones concretas que velen por la dignidad de todos sus habitantes bajo la lógica del bien común, en un llamado a la solidaridad y una opción preferencial por los pobres”. Y sí estoy de acuerdo en que sean los pobres primero, pero no de la boca para afuera y en la apariencia que pretende este gran simulador.