Era un día soleado de verano en Londres, hará unos 20 años cuando vi por primera ocasión un desfile del “Orgullo Gay”. Eran personas vestidas de mil formas, pelo pintado en colores pastel y el torso al aire, eran exóticos, ruidosos y fachosos. Se les veía felices. 

No sabía que estaba a la mitad de un cambio trascendente que derretía todo lo que nos habían enseñado en la escuela católica, todo lo que se nos inculcaba en casa cuando niños. En medio de una sociedad machista, el paisaje del mundo y su realidad ya no encajaba en el modelo de nuestra generación.

Surgía una etapa más de gloriosa liberación humana que no comprendíamos antes por pura ignorancia. Llegaron sentimientos encontrados de admiración y tristeza. Algo no checaba en el conocido territorio de nuestra tradición cultural.

Dos décadas después vemos las manifestaciones nacionales del “Orgullo Gay” de otra forma y valoramos el esfuerzo y el sufrimiento de millones que eran y son discriminados por su orientación sexual.

En los sesenta y setenta había millones de “clósets” sin abrir en casi todas las familias; había silencio, temor y un complejo dolor por la exclusión cívica, social y, peor aún, familiar.

Apenas hace 70 años los países “avanzados”, condenaban con cárcel a los homosexuales. Uno de los ejemplos trágicos de la incomprensión e ignorancia fue el de Alan Turing, el genio inglés que descubrió los secretos nazis con su sabiduría matemática. Terminó su vida en suicidio (1952) después de la humillación de ser encarcelado. Otra vida difícil fue la del mayor filósofo del siglo pasado, Ludwig Wittgenstein, pensador vienés que no sólo planteó nuevas formas de comprensión filosófica del lenguaje, sino también habría inventado el diseño de un motor a reacción. (Lo extraño es que incluso al mencionarlos hay una carga discriminatoria en nuestro juicio sobre el que debemos siempre estar alerta). 

¿Cuánto dolor, sufrimiento y miseria causó la ignorancia y el dogma sobre la naturaleza de la humanidad? Eran los “renglones torcidos de Dios”, eran los “degenerados”, eran los “promiscuos”. Vergüenza da repetir los calificativos. 

La lucha de la comunidad LGBT no termina aún porque ni siquiera ha comenzado en países musulmanes donde todavía los encarcelan y matan bajo la ley islámica sharía. Al igual que la lucha contra la esclavitud en el Siglo XIX, la lucha por la libertad LGBT será un triunfo del verdadero amor a la humanidad. 

Porque sin ellos no somos humanos, porque sin el variopinto horizonte de razas, creencias, culturas y orientaciones sexuales, no podemos definir nuestra naturaleza.

Este verano celebramos 50 años de la rebelión en el bar Stonewall de Nueva York, donde un puñado de hombres y mujeres decidieron luchar por su libertad en contra de la policía y lo establecido. Hoy nos parecen tiempos remotos de leyes injustas sobre la convivencia humana. Leyes, dogmas y costumbres que convirtieron en infelices a personas perfectamente normales, perfectamente decentes, limpias y sensibles.

El estigma aún permanece en Guanajuato al no permitir su unión civil y menos la adopción de infantes. Por más que se resistan, incluso a la Constitución, la comunidad LGBT logrará el cambio. 

Algún día construiremos monumentos a quienes lucharon por esa libertad, así como se hicieron de quienes abolieron la esclavitud.

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