En México (nuestro martirizado País) y en otros países de América Latina, un “malandro” es una persona mala que realiza actos delictivos fuera de la ley y que atenta contra sus cercanos, haciéndose merecedor de castigos. El término se entiende perfectamente. Es más, se refiere ya directamente, a quienes forman parte de la delincuencia organizada, a esa realidad que provoca miles de muertes. Pero ¿cómo se engendra un “malandro”? ¿qué no hemos hecho como sociedad para que este fenómeno se presente masivamente?
Las teorías sociales y antropológicas más recientes, -aquellas que buscan explicar cómo los seres humanos construimos (o destruimos) nuestro proyecto de vida-, parten de aquellos marcos teóricos que afirman que es más fuerte el ecosistema o entorno que nos rodea, que las características genéticas que hemos heredado. Es decir, si una sociedad forma en valores, se darán en escuelas, colonias, familias, empresas, solo códigos de conducta que respeten los derechos de los demás, hasta que paulatinamente, los valores sean aceptados por la mayor parte de los ciudadanos. Los países nórdicos, los asiáticos, lo han probado.
Esta afirmación nos llevaría a preguntarnos ¿por qué México ha engendrado a tantos “malandros” que se multiplican como capos del crimen? Siguiendo el razonamiento, México tendría que lograr las condiciones de equidad y justicia social para las mayorías, para que no se viera atractivo entre la niñez y la juventud, a vivir del crimen. Tendrían que darse casos ejemplares de empresarios y de políticos para que se replicaran por todos lados. Decía el presidente López Obrador esta semana, sobre El Chapo Guzmán, que, a pesar de ser miles de vidas con las que acabó, es “inhumana” la condena a cadena perpetua para cualquier persona y que deberíamos lograr que casos como éste no se volvieran a dar en México.
Debemos aprender de esto. El contexto de pobreza de millones de niños y jóvenes, provoca que vean atractivo obtener dinero fácil participando en el crimen organizado, aunque sepan que la probabilidad de que mueran pronto y vivan escondidos, es altísima. Aprendimos en este proceso que la corrupción en todos los niveles del gobierno (cárceles, jueces, ministerios públicos), hace casi imposible que un delincuente de alta peligrosidad pueda estar encarcelado en México. Tuvo que ser el sistema de justicia de los Estados Unidos el que castigara.
Tenemos que aprender que es en edades tempranas, donde la sociedad tiene que incidir en los pequeños para crearles una imagen confiable del futuro basada en el trabajo honrado y en la superación. Que los jóvenes tengan en la educación el único camino limpio para trascender y llevar una vida plena y feliz. También tenemos que aprender que es enorme el desafío para que la niñez hecha adolescencia, se aleje de la tentación de las drogas para desincentivar el consumo.
Parecemos pequeños el Estado mexicano y la sociedad civil, cuando trabajamos en construir mejores condiciones de vida para las mayorías pobres. Por eso, muchos quisiéramos que los subsidios aplicados por el presidente AMLO para 33 millones de mexicanos, se tradujeran en reducción de la violencia. Lamentablemente no será así. Las dádivas entregadas sin esfuerzo a cambio, han mostrado en la historia de la humanidad, que provocan dependencia y en nuestro México, “zonas de confort” para quienes solo extienden la mano sin intentar hacer un esfuerzo por salir de la pobreza. Lo que está comprobado, es que los proyectos de cambio social en las zonas marginadas, sí logran, aunque al correr de muchos años, resultados permanentes y tejidos sociales que se traducen en mejor calidad de vida.
Son enormes los tentáculos del crimen en México que hacen de todo esto, un enorme negocio que parece no tener fin. El fin de la historia de El Chapo no es la primera ni será la última de esas tramas que nos refleja al México de muchos mexicanos que ven en el espejismo al igual que los políticos que roban o los empresarios que no se sacian con tantos millones-, del “tener” contra el “ser”. Deberá ser mucho mayor el esfuerzo de la sociedad mexicana reconociendo en las cifras de asesinatos, nuestra incapacidad de repartir mejor la riqueza y de ser generosos para construir una sociedad con oportunidades para todos.
* Director de la Universidad Meridiano
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