“Entre el odio y el amor, solo hay un paso”, reza la conseja popular. Pero, me temo que en política no sea así y menos aun tratándose del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Éste es como un ave de tempestades, genera emociones contrastantes, se está a su favor, o en su contra, imposible permanecer indiferente, pareciera que un velo de maniqueísmo cubre las rígidas posiciones espasmódicas de unos y otros.
Pero, eso podría no tener importancia alguna; lo grave no es estar a favor o en contra, sino el odio que siente una minoría que está envenenada y cada día se intoxica más.
¿Por qué tanto odio? ¿Será que no es bilingüe, o que exaspera su hablar lento, pausado y que no le gusta salir al extranjero? ¿Acaso, podría ser la trilogía de su misteriosa personalidad de caudillo, sacerdote, o profeta?
O, ¿será su empeño de transformar México, desde otras prioridades, con otra visión del mundo diferente al neoliberalismo, lo que le han generado el odio de algunos?
Es sabido por todos que el odio está vinculado a la enemistad y la repulsión; por lo tanto, las personas tratan de evitar o destruir lo que odian.
El odio siempre está dirigido hacia alguien que se considera importante y que moviliza e influye sobre los demás. Por desgracia, el odio envenena el alma, impide un análisis frío y objetivo, genera violencia y descalifica al otro.
Durante la campaña, AMLO habló de cambiar el orden inmutable, insistió en la libertad del ciudadano contra la opresión del poder, y en la urgencia de vivir con alegría y no con miedo a la transgresión de lo sagrado; contrastó la fraternidad contra el servilismo, y prometió transformar sin trastocarlo todo&
Así, logró gestionar la esperanza de 33 millones de mexicanos que le dieron su voto. Sin embargo, una minoría se enfermó de odio con su triunfo.
Lo acusan de populista y mesiánico. Pero, no es casualidad que este mesías haya llegado a la Presidencia.
Cuando las cosas andan bien, nadie pide milagros ni buscan mesías; sin embargo, la corrupción, la ineficiencia, los abusos gubernamentales, el orgullo y ceguera de la clase política de siempre, fue lo que llevó al hartazgo, al enojo y desesperación de la gente.
En su desesperanza buscan a un mesías que los escuche y que por lo menos les haga creer que el futuro será mejor. Dicen que la política es el arte de hacer creer.
Según encuesta del Reforma, AMLO goza de un 70% de aceptación, un 17% mayor al de la elección.
Desde luego, que es válido estar de acuerdo o desacuerdo y hasta criticar la manera de gobernar de un mandatario, que seguramente tendrá yerros y aciertos, fortalezas y debilidades; pero, lo anterior, de ninguna manera justifica incubar un odio destructivo que tarde o temprano envenenará el espíritu de ciudadanos vulnerables.
Entonces, volvamos a la pregunta toral sobre el tema del odium aristocrática al Presidente: ¿Por qué un sector de la sociedad mexicana rechaza, descalifica e insulta furiosamente a Andrés Manuel López Obrador? ¿Por qué sienten tanto odio y animadversión hacia él? ¿Por qué su figura despierta tanta inquina, resentimiento que hasta le piden a Dios se lo lleve pronto?
Es impresionante la cantidad de rumores, chismes y noticias falsas que llegan a través de las redes sociales todos los días. ¿Qué finalidad tendrá esta avalancha de habladillas? Desde luego, que la finalidad de todos estos rumores emboscados va tendiente a socavar al Presidente.
Aunque, las encuestas demuestran que éstos no han causado ningún daño, más allá de atizar los propios demonios de los remitentes de esa minoría secuestrada por los fantasmas de sus miedos y que no se resigna a aceptar que ya existe otra realidad, otro régimen.
Según la historiografía, la Revolución Francesa puede ser una referencia a los hechos de odio y resistencia que aparecen actualmente ante la Cuarta Transformación: La Revolución abrió nuevos horizontes políticos basados en el principio de que el poder del rey no emanaba de Dios, sino del pueblo.
Tanto el rey Luis XVI, como la nobleza y la aristocracia, no aceptaban haber perdido el poder y sus privilegios, pero el contexto social ya no era el mismo: con la Revolución, miles de personas cambiaron su calidad de súbditos por la de ciudadanos libres, que tenían una serie de reivindicaciones que ya chocaban con los privilegios de la nobleza.
La Cuarta Transformación no sería igual, no es violenta, aunque existen paralelismos con los acontecimientos de 1789 en Francia. Lo que acontece en México sería algo como una “Primavera mexicana,” o una “Revolución de Terciopelo.”
Pero, ¿dónde pudieran estar las raíces del odio a López Obrador? Éstas se ubicarían en la intolerancia y en el miedo hacia lo que él simboliza; es decir, la posibilidad de un cambio social.
Este tipo de clasismo político puede deberse a prejuicios insertados como una forma de cultura social en lo más profundo del inconsciente, además de exiguos valores democráticos.
El analista Hernán Gómez Barrera señala que detrás del odio político contra el Presidente se ubica un sentimiento irracional de exaltado desprecio y odio de clase: “No a los nacos y no al peladaje,” como fue el rechazo del alto clero y la alta sociedad a Eva Perón por representar a los descamisados.
Esta actitud, más que de la sociedad en general, se ha promovido principalmente desde el poder político y económico.
Los mexicanos necesitamos de la política, no de los chismes y rumores que socaban y envenenan el aire que respiramos.
El hombre es un animal sociable; pero, también, es un animal egoísta, dispuesto a la satisfacción de sus propios deseos, sin importarle lo que pase con el otro.
La política es necesaria para que los conflictos de intereses se zanjen de otra forma que no sea la violencia.
“La verdad es tan valiosa que a veces hay que protegerla con mentiras”: Winston
Churchill.
Tal vez tenía razón Churchill, pero, en política, la regla es inversa: la mentira es tan útil que la ocultan con medias verdades.