La riqueza y el empuje de un estado no debería medirse sólo en los indicadores económicos, sino también por la capacidad de sus ciudadanos para elegir a sus gobernantes.
Me parece que es el caso particular de Nuevo León, referente nacional del desarrollo industrial, y para algunos, modelo de la bonanza económica y la pujanza del empresariado. Incluso es menester señalar el aire de superioridad que “los regios” suelen presumir cuando se refieren al resto del país, voluntaria o involuntariamente.
Tienen, por supuesto, elementos para hacerlo, e indicadores de sobra: su aportación al Producto Interno Bruto (PIB) sólo está por debajo del de la Ciudad de México y el Estado de México; su generación de empleos únicamente es inferior al de la capital del país; su producción industrial aumentó 3% en 2018, según el INEGI, y las proyecciones de Citibanamex indican que su PIB crecerá al doble del nacional, según los Indicadores Regionales de Actividad Económica (IRAE).
Todo bien con el PIB, ¿no?
Pero, ¿qué hay con el IQ de la mayoría de sus ciudadanos al momento de votar?, es decir, con ese momento en el que deciden quién los habrá de gobernar. Sí, me refiero al coeficiente intelectual, mezclado con la propaganda, las mentiras, el show y las promesas inalcanzables de quienes logran engañarlos.
Me remito al pasado reciente y al presente. Y también hago una reflexión sobre lo que podría depararles el futuro.
Los gobernó el priista Rodrigo Medina, un Peña “en pequeño”, al que el ex presidente Peña Nieto ubicaba como representante del llamado nuevo PRI, en el que situaba también a Roberto Borge y Javier Duarte, ambos encarcelados. Medina tiene tanta cola que le pisen que tendría que dedicar muchas columnas a hablar de él. Los regiomontanos votaron por él.
Luego vino Jaime Rodríguez “El Bronco”, un neoleonés “de abajo”, como dicen por allá, “echado para adelante”, pero que incumplió con su promesa de meter tras las rejas a su antecesor, Medina, y que además dejó el cargo para encabezar una candidatura presidencial caricaturesca en la que sólo se le recuerda por dos cosas: las irregularidades en el acopio de firmas para su candidatura independiente y su disparatada propuesta de “mocharle la mano” a los delincuentes.
Por supuesto, “El Bronco” regresó al cargo, derrotado y desgastado, y habiendo perdido el capital político que había conseguido sobre todo en el electorado joven, a través de su estrategia de interlocución mediante redes sociales. Los regiomontanos votaron por él.
Pero lo peor podría estar por venir si el senador de Movimiento Ciudadano, Samuel García, un abogado mirrey, que se casará el año próximo con la “influencer” Mariana Rodríguez Cantú, compite y gana esa gubernatura.
Sería la consumación, recargada, de lo que en el Estado de México hicieron Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera, aunque en este caso, García parece más preparado, y su pareja no es estrella de la tele, sino de Instagram, la red social de mayor crecimiento en este momento.
Son unos maestros de la manipulación y la política aspiracional: un político joven, que inventa discursos a modo, que parece cool y que simula identificarse con el pueblo, cuando no es más que una versión empeorada de “El Niño Verde”. Yo le llamo “El Niño Naranja”. Y Rodríguez Cantú, una maestra de las redes sociales, de la interacción y la siembra de mensajes entre el potencial electorado, no sólo de Nuevo León, sino nacional -por algo escribo esta columna sobre ellos, ¿no?-.
Imagínese a Nuevo León gobernado por un abogado junior acompañado por una influencer. No me sorprendería. Si ya tuvimos a Peña y Rivera… ¿Los regiomontanos votarán por él?
Sería una evidencia más, irrefutable, de que nada tienen que ver el PIB con el IQ.
Si los regios se burlaban de Manuel Velasco y Anahí, tomen sus precauciones.
El autor es Director Editorial de Quinto Poder y colaborador de am en la Ciudad de México.
Twitter: @memocrois
Comentarios: [email protected]