Llega el flash noticioso por la tarde: “Paran Santa Lucía (AISL) hasta que se dicte sentencia que aclare si fue legal la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en Texcoco.” 

Estaba hecho, el amparo del colectivo #NoMasDerroches daba frutos. Carlos Guzmán Rosas, Juez Quinto en Materia Administrativa y quien concentra todos los amparos por este caso, otorgó dos suspensiones definitivas. Una para detener Santa Lucía mientras no se presenten los estudios de su viabilidad (imposibles para el Gobierno) y otro para no inundar el NAIM, mientras no se demuestre la legalidad de su destrucción (más que imposible).

El juez Guzmán concentró todos los amparos y decidió por la razón, la justicia y el bien de México. La noticia en sí misma augura un largo litigio imposible de ganar para quienes gobiernan y sus T4 o “técnicos de cuarta”. 

Pero también puede ser el principio del cambio en la postura del presidente Andrés Manuel López Obrador. Se dice que 22 empresarios prominentes se reunieron con él para volver a insistir en la conclusión de la obra de infraestructura de más trascendencia para el país en el último siglo. Texcoco es tan bueno para México que empresarios pueden y quieren invertir, que desean arriesgar un mundo de capital porque saben de la rentabilidad del proyecto. 

Entonces, ¿por qué no hacer lo mismo que con la Fórmula 1 en la CDMX, donde los empresarios se encargarán de toda la inversión y la ciudad sólo cubrirá la seguridad pública del evento? 

Tal vez la explicación de las consecuencias negativas de la aniquilación de Texcoco con una economía desanimada, desencantada y unas finanzas públicas que no ajustan, haya logrado que AMLO entre en razón. No es lo mismo gobernar desde afuera cuando ignoran el resultado de las decisiones arbitrarias, que enfrentar la economía desde dentro. 

Si fue una decisión libre del juez, bienvenida porque las instituciones prevalecen sobre la arbitrariedad, aunque venga del mismo Presidente de la República; si AMLO se escuda en el juez para dar marcha atrás, hacer caso al coro de expertos y empresarios y no quedar mal con su electorado, es una magnífica jugada política para restablecer la confianza, el ánimo y la esperanza de que no vamos hacia Venezuela. 

Volver a Texcoco y cancelar Santa Lucía, significa abrir las puertas y ventanas al aire fresco en un país envenenado, intoxicado desde octubre del año pasado.

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