El destino es indescifrable para casi todos. Si algo aprendemos de los griegos de hace más de 23 siglos, la última palabra la tienen los dioses y no los humanos. Carlos Ahumada y Rosario Robles pueden ser modernos ejemplos de una historia de ambición y poder que terminó en tragedia.
El joven emigrante que viene de Argentina, desposeído pero ambicioso; humilde pero lleno de talento para crear y convertir, en un país prometedor, sus aspiraciones en campos fértiles y los sueños en realidad al precio que sea.
La mujer rebelde con ideas revolucionarias maoístas, con aspiraciones de justicia social e igualdad, transformada en burguesa a través del tiempo; subyugada al poder y a la riqueza indispensable para sostener su sed de triunfo.
Dos historias que se entrecruzan y complementan para construir y destruir sus vidas. Vuelta de tuerca del amor sublime de Rosario al odio profundo a Carlos, el joven que todo lo podía.
Así imaginamos que todas las tragedias pudieron tener otro curso, otro final si algunos de los protagonistas hubieran decidido someter sus instintos y sus pasiones. La vida de Carlos cayó en desgracia cuando grabó y difundió videos donde entregaba sobornos a connotados perredistas; Rosario permitió que miles de millones de pesos fueran distraídos de su encargo para alimentar la maquinaria política del partido al que tanto detestaba cuando estaba en la causa social del PRD.
Ahumada pudo mantener sigilo pero cayó en la tentación de trascender su espíritu emprendedor a la política, donde su engranaje lo trituró por tratar de ser protagonista de primera fila. Filmar sus cohechos lo hundieron y expusieron como modelo de corrupción político empresarial.
Robles perdió todo cuando aceptó desviar miles de millones de pesos del presupuesto público para fines inconfesables. Ella sintió que desde la cúpula del poder estaría protegida y tal vez premiada por colaborar con el presidente Enrique Peña Nieto en su afán de sostener al PRI en el poder.
Dos errores que cambiaron su destino y tal vez el del país. Si Carlos se hubiera negado a difundir los videos donde entregaba miles de dólares a los perredistas; si Rosario hubiera limitado su ambición permaneciendo leal a sus ideales y a su partido de izquierda, si sus decisiones embriagadas de poder hubieran sido más prudentes, si su piel no hubiera sucumbido&
Una y otra vez los humanos no aprendemos a pesar de todas las enseñanzas de los griegos, de Shakespeare o del moderno dramaturgo Eugene O”Neill. Veamos nuestro rostro en un espejo y descubriremos que en los personajes míticos y trágicos, siempre hay un rasgo del destino de casi todos, de nosotros mismos. Algo que nos es común más allá de la época, la geografía o la cultura. La mayor tragedia tal vez sea no tener alguna en nuestras vidas, pequeña o grande, porque no existirá la catarsis, la resurrección, la sensación de estar vivos.
En el anfiteatro los griegos aprendían, sufrían y compartían con su comunidad las historias y las comedias, las derrotas y los triunfos de sus héroes. No hay mucha distancia humana entre vicisitudes de Carlos y Rosario o Bonnie and Clyde, los asaltantes de banco que ofertaron su vida a la adrenalina de la pasión. La historia aún no termina. Continuará.