A  raíz de las manifestaciones de rabia expresadas en la Ciudad de México en contra de la violencia hacia las mujeres y las graves omisiones e impunidad por parte de autoridades responsables, se han puesto de manifiesto muy diferentes modos de pensar sobre el origen y la respuesta de la sociedad ante este grave problema.

Han fallado los diferentes mecanismos que tiene el Estado mexicano para atender la violación sistemática a los derechos humanos de las mujeres. 

Al parecer no se dimensiona ni conoce la gravedad del problema, la ley y el debido proceso. 
La carga de la prueba recae en las víctimas, no se cree en las denunciantes, hay revictimación y los protocolos de atención no se aplican, entre otros temas.

Con honrosas excepciones permea en al ámbito público relacionado con la impartición de justicia y en los distintos niveles sub nacionales del poder ejecutivo, una clara ceguera de la perspectiva de género, es decir, se omite un análisis profundo del impacto del machismo, desigualdad y misoginia que enfrentan mujeres y niñas, en espacios públicos y privados  y así  en los ministerios públicos, presidencias municipales, en la policía preventiva, en la policía de investigación, en jueces y juezas esto no es relevante. 

En el poder ejecutivo la ideología patriarcal no se ha erradicado. 

Del dicho al hecho, por desgracia, hay mucho trecho  y peor aún, somos nosotras las culpables, las trasnochadas, las irresponsables, las mentirosas y esto no acaba de resolverse.

Pero esto sólo es una parte del problema, porque la modalidad cultural que ha adoptado el machismo en toda la estructura social y no sólo en el gobierno, se relaciona directamente con el modo en que hemos aprendido a ser mujeres y hombres, es decir, los procesos religiosos, escolares y familiares.

Lo que se transmite en los medios de comunicación y en las redes sociales sobre quiénes somos con relación al otro sexo.

En todos estos ámbitos hace falta lanzar diamantina para evitar cualquier asomo de machismo depredador e incorporar  este polvo simbólico hacia lo que nos identifica como hombres y mujeres.

Frente a este panorama, Manuel Gil Antón, el investigador del Colegio de México, llama la atención sobre la  oportunidad que se presenta en este inicio del ciclo escolar para derramar diamantina, no sólo en las figuras geométricas sino en el currículum formal y el currículum oculto. 

Lo venimos diciendo desde décadas: uno de los factores que debe estar presente en el respeto y la promoción de los derechos humanos, y en el caso particular de las mujeres, es la escuela y el complejo proceso educativo alrededor de ella.

En la escuela dice el investigador “junto con lápices y gomas, cuadernos y libros, es necesario incorporar la suficiente diamantina para lanzar al aire, en la zona abierta y oculta” y así disminuir en todo lo posible, cualquier sesgo de género. 

Una buena parte corresponde al trabajo con los hombres para construir una nueva forma de encarar la masculinidad; ahí tienen que esparcirse toneladas de ese polvo mágico. 

La diamantina se ha convertido en un símbolo de rabia ante el fracaso social para ofrecer un mundo seguro y justo en donde las mujeres puedan vivir, disfrutar del espacio público y privado, sin ser violentadas, en la calle, transporte, en la escuela, en redes sociales, en la colonia o en el rancho.

Hace tiempo participé en una investigación sobre la Educación para la paz y los derechos humanos, se hicieron algunas experiencias en diversas escuelas públicas y privadas y las evaluaciones resultaron muy positivas.

Como parte de la Nueva Escuela Mexicana se introducen elementos para la educación sexual y reproductiva, que no sólo son atribución de las familias  sino una responsabilidad ineludible del Estado. 

De hecho, la nueva Ley, con la participación de organismos de la sociedad civil y de las y los legisladores, recupera el objetivo explícito de educar para la paz, lo que implica erradicar cualquier asomo de violencia simbólica, violencia estructural y violencia directa, requisitos fundamentales para lograr la igualdad de género.

Inundemos de esa diamantina simbólica todos los rincones de las relaciones humanas para terminar de entender que los cuerpos de las mujeres no son propiedad de nadie sino de nosotras mismas, que tenemos la aspiración de estar en el espacio público y privado sin ser molestadas o agredidas y que requerimos de una revolución de la estructura patriarcal para introducir toda acción humana con perspectiva de género. 

Bienvenida toda reflexión y acción diamantina de asociaciones, empresariado, escuelas y universidades, medios de comunicación y sociedad toda, porque ante este gran reto no puede haber ausencias, omisiones ni excusas. 
 

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