Así lo viví. Faltaban minutos para las 2 de la tarde del dos de julio del 2000, cuando el candidato Vicente Fox había recibido la batería de encuestas de diversos medios, que confirmaban su triunfo inobjetable. Una de sus primeras reflexiones, recuerdo, fue esta:
De ahora en adelante, ningún candidato que no traiga un buen montón de votos tras de sí, podrá ganar una elección.

Efectivamente la primera contienda presidencial del siglo XXI, cancelaba las tradicionales trampas electorales, en donde los candidatos del partido oficial realizaban prestidigitaciones extraordinarias para que urnas vacías, aparecieran retacadas de votos a su favor, en el momento del cómputo.

En otros casos, las actas de casillas consignaban datos inconsistentes, que normalmente eran respetados, y acababan dando el triunfo al candidato tricolor.

Ahora, en el momento culminante de una lenta y penosa transición democrática, el pensamiento del nuevo presidente, indicaba que se acababan los triunfos sustentados en votos de mentira, fantasmas, nunca emitidos.

Desde los albores de una nueva democracia para México, Vicente Fox oteaba la necesidad de obtener votos reales, verdaderamente emitidos, de cada candidato en contienda.

Los electores, desde ahora contarían y serían el elemento definitorio del triunfo de cualquier postulante a puestos públicos. 

Nacía así el mercado de votos en nuestro país. Parecía que la democracia entraba, radiante, a nuestro terruño. Nos equivocamos.

Ahora, en momentos de plena democracia electoral ¿cómo se gana una elección? Encontramos dos caminos; los explicaré.

PRIMERA RUTA: El candidato debe poseer una ambición desmedida, que lo convierta en una persona dispuesta a todo, con tal de salir triunfante en la contienda política. 

No debe de reparar en estrategias, ni recular en echar mano de cualquier forma de obtener recursos para sostener una campaña triunfadora. El fin justifica los medios. 

Si ya se es funcionario público, cualquier método de captación de recursos es válido. Recuerden: todos lo hacen. De tal forma, que si no lo haces tú, quedaras en desventaja en la batalla y perderás.

No hay lugar a indecisiones. Desde el primer día en un puesto electivo, se deberá conformar una sesuda estrategia para recaudar fondos con el fin de sufragar los gastos de la siguiente campaña, aunque falten años para que ésta inicie. 

Como buen “gubernamentalista”, la sabia sentencia que pontifica que: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, debe asumirse a plenitud. 

Hay que garantizar, al costo que sea, mantener una posición en el Gobierno, seguir extrayéndole rentas, expoliando los presupuestos públicos y recibiendo pagos extraoficiales. 

Esto no es para timoratos, menos para ilusos y románticos de la democracia y sus virtudes. Esto es la guerra y hay que ganarla al precio que sea.

Actuando con la crudeza recomendada, aumentarán las posibilidades de lograr un cargo público o bien de conservar el que se posee. 

Eso es vivir en la gloria. Es la posibilidad de continuar en ascenso, de relacionarse con gente importante, que permita crecer en los negocios que se gestan a la vera de la administración pública. 

Porque hacer amigos es una de la principales funciones de un político. De esa forma no hay que olvidar que los favores se pagan, y uno no sabe cuándo hay que cobrarlos.

El plan es siempre tener una enorme bolsa de efectivo, de dinero contante y sonante, para ser utilizada en la siguiente campaña. 

Hay que pagar a los “operadores electorales”, esas finísimas personas dedicadas a identificar y liderar grupos de votantes, dispuestos a vender su voto y su alma al diablo, si es necesario.

Ya “convencidos” ($), deberán conducir a las urnas y verificar el cumplimiento del compromiso para de inmediato pagar la suma convenida.

En recientes elecciones, cuenta la leyenda urbana, que se ha saldado, en ciertas zonas, hasta cinco mil pesos por voto, en contiendas muy cerradas.

Fox tenía razón, ahora el voto es necesario. Lo que no se avistó entonces, es que el método más usual y práctico, sería el mercadeo del voto, por dinero. 

En ese resbaladizo espacio, entre las clases depauperadas, se puede, incluso, ir midiendo a los contendientes, para ver quién es el que da más.

¡Que suban las apuestas! Quien más recursos invierta, porque es una inversión seria, tendrá más chance de ser el ganador.

Lo bueno es que el órgano regulador de las elecciones siempre llega tarde y nunca identifica irregularidades, porque comprar el voto está prohibido por la ley ¿eh? La autoridad nunca ha podido evitar la venta de votos. La impunidad es total. 

Hay incluso una figura dentro de las fiscalías denominada pomposamente “Fiscal Especializado en Delitos Electorales” (Fepade), que nunca ha atinado a identificar, perseguir y sancionar ejemplarmente el trafique de votos, a cambio de dinero. La impunidad está garantizada.

SEGUNDA RUTA: Hay otra manera, inusual, exótica y muy extraña de intentar ganar elecciones. Está en desuso. 

Su referente son legendarias teorías que rememoran patrones democráticos, hoy en el olvido. Se trata de algo muy extraño: convencer a los ciudadanos de que den su voto a un candidato, para ocupar un puesto público, con base en su idoneidad. Algo insólito.

Se trata de conducir a los electores a convencerse de qué, quién se postula, realmente posee los atributos requeridos para desempeñar bien su función. 

Algo también rarísimo se evalúa: la honestidad. Se trata de una curiosa característica referente a quién se conduce con decencia y rectitud.

Explora la conducta de las personas, privilegiando las cualidades morales que estas poseen. Una verdadera extravagancia, en esta época.

Quien ya desempeña un puesto público debe de ser refrendado por sus resultados.

Hay que juzgar su gobierno por su orden, planeación, sujeción al marco normativo y sobre todo por el cuidado en invertir el dinero que han puesto los ciudadanos en sus manos, de forma razonable y apegada a normas.

Se invita a valorar la conducción gubernamental con base en la construcción de ciudadanía que se haya propiciado en ese gobierno, de la gobernanza y participación de la comunidad en las decisiones torales. 

Por su proclividad a transparentar toda su gestión y rendir cuentas. Valorando una conducta sujeta a la congruencia y a parámetros austeros y de moderación, en el desempeño del cargo.

Que los dineros públicos hayan sido cuidados más que los propios. Que se haya gobernado sin mentir, siempre hablando con la verdad.

Como pueden constatar, se trata de una forma de intentar elegir un futuro gobernante por demás ingenua y naif, propia de románticos.

Es un método poco práctico, farragoso, lento e inseguro. Por eso ha quedado prácticamente descontinuado en México. 

Se prefiere ser prácticos y corruptos. Ese es, hasta ahora, nuestro negro porvenir.

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