Cuando Gustavo Carvajal Moreno era dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) ordenó a los legisladores de todos los niveles que, cada año, rindieran un informe de actividades.

La mayoría y podría decirse que casi todos, no tenían con qué sustanciar un documento. Le ordenaban a sus auxiliares pergeñar una especie de relatoría, insulsa, hueca de que cuántas veces asistió a sesiones del pleno, a comisiones y… san se acabó.

Hoy en diversos organismos registrados pasa lo mismo. Los eventos se efectúan propiamente entre amigos y puede tratarse de una tortiza o taquiza, para el caso es lo mismo ya que si se trata de aplaudir concurre gente de sobra.

Ese tipo de actitudes, útiles para la democracia en cierto sentido, resultan, manipuladas una degradación de la política ya que se usa al pueblo como instrumento de demagogia.

Y, hay que decirlo prontamente: al más alto nivel es lo mismo, o sea que se convoca al pueblo para hacer funcionar eso que se conoce como aplausómetro. Sí, los cronistas están al pendiente de las veces que la concurrencia bate palmas o interrumpe con hurras y vivas.

Se cuentan las horas de la disertación, si son kilométricas, mejor; las ocasiones en que el orador bebió agua, si le salieron lágrimas como a Jolopo; la capacidad de sudoración, las oportunidades que se apartó del texto escrito para improvisar. 

Total, toda una tira de referencias hasta rematar con cifras que nadie retiene y menos va a poder comparar o comprobar.

En eso todos los presidentes se uniforman, desde los de la República hasta el alcalde de comunidad más apartada pasando, claro está, por los gobernadores.

En un régimen democrático serio, de verdad, en donde el pueblo sea realmente la esencia del sistema, ¿qué y cómo debería ser un informe?

Se trataría de mostrar el estado que guarda la comunidad, los pros y contras de una situación lacerante o triunfante.

Pensemos, para explicarlo con palitos y bolitas, que una persona, usted o yo que acude con un galeno a que le practique examen general.

Apoco el doctor o doctora le dice: “Está usted muy bien; tiene el esternón en su lugar, la tos que lo agobia es ligera porque fumó en otro tiempo; su corazón late a ritmo aceptable, el torrente sanguíneo fluye sin trombo alguno”.

Finaliza: “Váyase a su casa sin preocupación alguna. ¡Ah, y no se olvide que muchas enfermedades las tenemos en la mente. Nosotros las producimos. Tómese estas pastillitas una cada seis horas y todo en paz”.

No hubo análisis clínicos ni auscultación seria; allí va a seguir alzheimer, parkinson, diabetes y otros trastornos que no fueron percibidos. ¡Pobre paciente!

El que informa, del rango que se quiera, está en la mismísima tesitura: ve a la nación o al municipio por el lado que le reportará aplausos. Lo que se realizó es elevado a la quinta potencia: calles, drenaje, ciclovías, nuevas y mejores empresas, que ocupan tanta más cuanta mano de obra y así una lista de logros. Dinero repartido, creación de empleos…

Que se pondere todo ello, dirán los analistas cautos, nada tiene de malo.

En efecto: lo bueno, acertado, positivo, merece ser elogiado; pero si hay colonias sin agua potable, inseguridad a grado que los vecinos se organizan para darse alarmas, si el transporte es caro y complicado (un taxi 200 pesos al nuevo hospital), si los ladrones se roban las luminarias, si las multas a infractores de manejo son carísimas y propician el “copelas o cuello”, si los funcionarios de mercados o reglamentos imponen el desorden y toleran la rapiña, (sí porque es claro que en los tiraderos no venden celulares, por decir algo, de las grandes empresas, sino los que les llevan los ladrones). 

Si hay paracaidismo, a falta de una política urbana nacional y secuencial; si existe el tráfico de enervantes y por lo mismo los crímenes se multiplican… Si eso y mucho más ocurre ¿por qué no referirlo? Es parte del estado que guarda la nación, el estado o el municipio.

Todo eso los informantes lo callan. Para ellos es el lado negro, nada oculto, de la realidad.

Sería honesto si se desnudara el cuerpo social para emprender una labor consciente; todos, no únicamente los que nos gobiernan, a efecto de superar, con programa realista, pueblo y gobierno, carencias, impulsados, los leoneses, en nuestro caso, por una autoridad que no oculte la verdad.

Los informes, en ocasiones, han sido a gritos y sombrerazos. Recordemos, nada más para el anecdotario, el que Bárbara Botello (que por cierto le ganó la presidencia a Miguel Ángel Salím), rindió en Las Joyas.

El Gobernador de ese tiempo, con olfato fino y bien aconsejado, no acudió. Mandó como representante a Éctor Jaime Ramírez Barba.

Terminó la Alcaldesa su discurso al clásico estilo, con porras y matracas. Al tomar la palabra el contestatario -es una forma de decir- se desató la gritería ensordesedora. Éctor sin hache no se calló, siguió hablando sobre la algarada. Bárbara tuvo que hacer una señal para que sus acarreados le bajaran el tono.

Ramírez Barba se impuso y expresó lo que tenía que decir que, por cierto, no era cosa del otro mundo político, lo que ocurría era que la doña se espantaba con el petate no del muerto sino de sus propios pecadillos.

Vivimos en la época de las ocurrencias. Va una: ¿Qué pasaría, si al rendir un informe el alcalde o alcaldesa, se permitiera no que preguntaran en pleno evento miembros de la oposición, sino dos o tres ciudadanos?

No sería el acabose pero sí un signo de apertura. Le darían un tono democrático al informe que ya sale del Cabildo planchado y peinado.

¿Se animarán López Santillana, en lo local o AMLO en lo nacional, a hacer algo parecido; pero sin manilpuleo?

¡Avanzáriamos un buen tramo con ese postigo democrático! Lo creo. Y, ustedes lectores pacientes, ¿qué opinan?

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