La prosperidad de México habita en la mente de las nuevas generaciones, en su capacidad para aprender y comprender al mundo y la realidad de su tiempo.

Por eso el alma se va al suelo cuando vemos los cambios en las reglas para los maestros y las propuestas del propio Presidente de la República. 

Arremolinados, los maestros de la CNTE bloquean y obstruyen la marcha del Congreso de la Unión porque lo suyo es protestar, nunca enseñar. Son primitivos e ignorantes, ni siquiera podían darse cuenta de que la votación, por órdenes de AMLO, sería toda a su favor. 

Mientras eso sucedía, el Presidente proponía no hacer exámenes de admisión en las universidades y otorgar el pase automático. 

Imaginemos por un minuto a 2 mil aspirantes a ingresar a la Escuela de Medicina de la Universidad de Guanajuato. Unas 20 veces más del cupo aceptado. Matemáticamente sería imposible ubicarlos en las aulas existentes; tampoco se contaría con el presupuesto para contratar a todos los doctores y especialistas necesarios para su educación. 

Si eso sucediera en todas las facultades de la Universidad de Guanajuato una de las mejores del país ningún joven tendría la necesidad de preparase, ni de “quemarse las pestañas” como lo hacen ahora para llegar al codiciado lugar. 

Contaría lo mismo el burro y su ignorancia que el esforzado y educado. Sin prueba de conocimientos, el 90% no sabría interpretar las clases y sus contenidos, los libros y sus fórmulas. 

Como la mayoría no tiene las bases académicas, sería igual que hablarles en alemán o en ruso. Además, si la mayoría no saben matemáticas, lenguaje o ciencias, les cuesta trabajo entender las dimensiones de las cosas, del tiempo y su lugar en el mundo. 

Recuerdo el servicio social en la escuela de Ingeniería Civil en Guanajuato, cuando cumplía enseñando en el propedéutico de cálculo. Era un proceso de regularización previo a la carrera para quienes no habían podido ingresar. Una experiencia docente inigualable. 

Aún entre los no admitidos había diferencias abismales. Algunos alumnos de plano no tenían la menor idea del tema y otros, con esfuerzo, lograban dominar las derivadas y las integrales realizando decenas de ejemplos. Todo estaba enfocado a pasar el examen con un buen promedio. No había de otra: resolver problemas y volver a resolver más problemas, hasta que la belleza inventada o descubierta por Newton floreciera en ecuaciones perfectas, en armoniosas gráficas.  

Los países con una buena educación distinguen un principio básico: no hay almuerzo gratis (no free lunch). Todo lo que vale la pena lograr cuesta sacrificio, tiempo y constancia. 

Necesitamos una revolución en los métodos pedagógicos de nuestras universidades públicas y privadas en cuanto a las habilidades y competencias porque cada día el aprendizaje será mayor en el trabajo que se potenciará a través de medios digitales.  

Lo único imposible de quitar son los odiados exámenes, esos que dan garantía del conocimiento adquirido. 

Después de cuatro décadas de haber egresado de la universidad, sueño estar en algún examen sin preparación para presentarlo; una pesadilla recurrente que se convierte en un gran alivio cuando despierto. 

Ojalá la época oscurantista-populista fuera también una pesadilla pasajera, una prueba impuesta por nuestra ingenuidad de creer en atajos fáciles hacia el desarrollo. 

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