Por desgracia, los héroes de la patria están fatigados, al igual que a los santitos de la Iglesia ya no se les invoca, ya no sirven para luchar hombro con hombro en las batallas cotidianas de conseguir empleo, pagar el abono de la casa, las colegiaturas y, sobre todo, para evitar ser asaltado por algún malandrín. Los políticos han fallado, también la Iglesia jerárquica, ya no existen los ídolos, ya no suceden milagros& Los héroes están extenuados.

Históricamente, la jerarquía eclesiástica ha sido refractaria a los héroes libertarios de todas las épocas, porque la misión de estos grandes hombres fue la liberación de los pueblos oprimidos y explotados por los poderes fácticos de tiranos y déspotas, de la mano con la jerarquía eclesiástica: “La espada apoyada por las llamas del infierno.” 

Además, también los héroes nacionales son santones laicos a los que se venera en el templo de la patria; por lo tanto, compiten con los santitos marmolizados en la penumbra de una luz ingrata, merced a los pálidos cirios que languidecen con la gravedad de lo profano y lo sacro; todo esto cargado con los penetrantes humores que el incienso se esfuerza en disimular con olor a santidad…

A propósito del aniversario de la Independencia de México, es menester recordar que los héroes de esa gesta heroica, fueron los antihéroes del alto clero. La institución clerical juzgó, excomulgó, vejó y degradó a Miguel Hidalgo, el Padre de la Patria. El odio y desprecio que la jerarquía eclesiástica de la época profesaba hacia la persona de Hidalgo era descomunal; el decreto de excomunión habla por sí solo.

“Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en dondequiera que esté. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie, sentado o acostado. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes (&) Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga. Y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven, se levante contra él. Que lo maldigan y condenen. ¡Amén!”

Lo anterior es el decreto de excomunión expedido el 24 de septiembre de 1810, por Manuel Abad y Queipo, obispo de Valladolid, Michoacán. Culparon a Hidalgo, Allende, Abasolo y Aldama de perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros que incurrieron en excomunión del canon Siquis Saudante Diábolo. Además, el papa Pío VII condenó los intentos de emancipación de las colonias de América. Sin embargo, contra toda su voluntad vio la abolición de la esclavitud y el nacimiento de las nuevas naciones.

Pero, lo que a continuación narro es para el récord Guinness de lo ¡increíble! El Cardenal Norberto Rivera, siempre protagónico y ávido de incienso y reverencias, al enterarse que habría una gran comisión de personajes para organizar las fiestas del Bicentenario de la Independencia, pidió a Gobernación ser invitado al presídium de honor, e hizo un pacto Fáustico (cambiar su alma a Mefistófeles por los placeres de la vida) para que lo integraran a la mesa de notables que presidirían los eventos.

Pero, el gran problema para el Cardenal era: ¿Cómo participar en la celebración de Independencia, si la Iglesia había mandado al infierno al cura Hidalgo? Es evidente que la participación de la jerarquía católica en las fiestas del Bicentenario, sugería un propósito político, oportunista y reivindicador.

Sin embargo, el habilidoso Norberto Rivera encontró el camino para salvar los escollos e impedimentos para ser invitado, y en un santiamén “sacó del infierno a Hidalgo”.

Apresuró a sus maleables expertos en derecho canónico para encontrarle una salida decorosa a tan escabroso tema. En conferencia de prensa, el vocero de la Arquidiócesis declaró: “No hay motivo alguno para pensar que Hidalgo esté en el infierno, toda vez que encontramos que el decreto no estuvo bien motivado por el Obispo. Así, la sentencia no causa efectos”.

El decreto de excomunión fue avalado por el arzobispo de la ciudad de México, Francisco Javier Lizama Beaumont, por el Obispo de Guadalajara y por el Papa con la complicidad del silencio. Los amañados argumentos, ramplones e irrisorios, que utilizó el Cardenal, caen por su propio peso ante los contundentes hechos que acompañaron la excomunión y la condena al movimiento libertario.

La degradación ominosa de la que fue objeto Hidalgo la realizó la jerarquía del Santo Oficio a nombre de la Iglesia. Fue juzgado y sentenciado culpable por ese tribunal religioso. Con solo sacarlo del infierno, no pueden evadir su carga histórica, pese a que el Cardenal quería codearse con el Presidente de México y los notables en los festejos del Bicentenario.

Al final de su camino, el cardenal Norberto Rivera tuvo que dejar el poder cardenalicio y seguramente comenzar a rogar a Dios, arrepentido de sus pactos fáusticos, para que su castigo se reduzca a mil años y su alma pueda ser salvada. ¡Cualquier cosa mejor que la eternidad! No obstante, llevará cargando como piedra de molino atada al cuello sus múltiples escándalos, seguido por la oscura sombra de los generosos negocios con el culto guadalupano, la protección que le dio a Maciel y a otros pedófilos… entre otros pecados.

Pero, dejó una carta, en la que pide perdón por sus pecados y omisiones y dice finalmente “que desea encontrarse con el Altísimo en la Gloria eterna.” Pero, sus pactos fáusticos y el pueblo sabio lo sentenciaron al infierno: “Norberto Rivera, el infierno te espera”. Y, para su desgracia, su interés político de sacar al cura Miguel Hidalgo del azufroso lugar, impedirá que ambos tengan un dialogo fraterno en el infierno.

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