Recientemente, México ha conmemorado los 209 años del inicio de la Guerra de Independencia. Aquella gesta trascendental tuvo episodios apasionantes, arrebatados, tristes, dramáticos y un largo etcétera que ahora viene a mi memoria.

El previo al llamado “Grito de Dolores” fueron las juntas conspirativas llevadas a cabo en Querétaro, precisamente en la casa del Corregidor Miguel Domínguez y de su esposa, doña Josefa Ortiz. El capital Ignacio Allende, uno de los principales impulsores del movimiento, requería encontrar a una figura que le fuera atractiva al pueblo, pero además a alguien culto e inteligente con ideas ilustradas. El nombre del cura Hidalgo vino a su mente, pues conocía su valor, y decidió invitarlo a participar.

El movimiento de Independencia tenía razones políticas de peso, una de ellas, la molestia de los criollos por no poder ocupar los principales cargos en el gobierno, que les eran reservados a los peninsulares. También hay que apuntar la invasión de las tropas francesas a España, el encarcelamiento del Rey Fernando VII y la imposición de José Bonaparte. El reclamo era justo y legítimo y el movimiento despertaba simpatías en el territorio de la Nueva España.

El movimiento, descubierto por las autoridades virreinales, provocó un adelanto en la fecha y tuvo un inicio atronador.

La cosecha de victorias fue importante y cimbró al gobierno de Nueva España, que de inmediato puso manos a la obra luego de que Hidalgo fuera tomando todas las ciudades a su paso, incluidas San Miguel, Celaya y Guanajuato, en donde tuvo lugar una espantosa masacre el día 26 al interior de la Alhóndiga de Granaditas.

Pero comenzaron las diferencias al interior del movimiento. Allende instaba a Hidalgo a detener tanta rapiña y tantos actos de crueldad por parte de los subordinados. Se requería que el contingente tuviera orden. Hidalgo contestaba que “él no conocía otro modo de reclutar gente”. Allende comenzó a llamarlo “el bribón del cura”.

Luego de dirigirse a Valladolid y decretar la abolición de la esclavitud, prosiguen rumbo a la capital y libran la batalla de Monte de las Cruces, sumando un triunfo más para los Insurgentes, pero provocando también el distanciamiento total entre Allende e Hidalgo, pues el sanmiguelense lo exhortaba a continuar a la Ciudad de México y decretar el fin del conflicto, pero Hidalgo argumentó que al no tener suficiente parque (armas), era necesario regresar y reabastecerse, por lo que en el rumbo de Aculco, son derrotados por las tropas de Félix María Calleja, revés que los hunde en la depresión y el desasosiego.

Regresan a Valladolid y luego a Guadalajara, lugar donde Hidalgo es nombrado “Alteza Serenísima” y obnubilado por el poder, autoriza la muerte de alrededor de 300 prisioneros españoles a manos de su amigo Antonio “El Torero” Marroquín, en la barranca del cerro de Oblatos. Ignacio Allende y su hijo Indalecio planean envenenarlo pues lo ven fuera de control, pero no consuman el plan.

Poco después, los Insurgentes serán nuevamente derrotados en la batalla de Puente de Calderón por Calleja. Desmoralizados llegan a Aguascalientes y es ahí donde Hidalgo es destituido de su cargo y es hecho prisionero. La insurgencia vive un momento dramático y buscan abastecerse de armas en los Estados Unidos. Se dirigen a Coahuila pero son traicionados por Ignacio Elizondo, quien los entrega a las tropas realistas.

Lo que viene después será un drama. Hidalgo culpa a Allende y Allende a Hidalgo. La inminencia de la muerte quiebra el alma de los Insurgentes, humanos a final de cuentas.

Hidalgo, Allende, Jiménez y Aldama serán trasladados a Chihuahua y fusilados en julio de 1811 y sus cabezas expuestas hasta la pudrición durante once años en cada esquina de la Alhóndiga de Granaditas.

[email protected]

Twitter: @gomez_cortina

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *