“Los panistas, abandonados a menudo por sus padres putativos, los empresarios y el clero, crecieron en una especie de orfandad, sobreviviendo a la mendicidad cívica”: Gómez Morín.

Hasta antes de los ochenta, los integrantes de Acción Nacional eran militantes esforzados en mantener una cohesión interna, conservando su doctrina y su perfil. Con el crónico y progresivo deterioro del PRI y luego de algunos triunfos electorales del PAN, el blasón albiazul se convirtió en un suculento manjar.

Así las cosas, se generó un nuevo flujo de adherentes con diferentes matices, unos doctrinarios, otros estratégicos, también oportunistas y algunos “meones de agua bendita”, como le llamaba Manuel Gómez Morín, al ala confesional.

En síntesis, se podría decir que el PAN está hecho de una mezcla de tres harinas: la que favorece las tesis humanistas de sus fundadores; una segunda, la integran personas y organizaciones ligadas al clero, preocupadas y ocupadas de asuntos morales con visión religiosa. La tercera, los empresarios hartos del PRI que encontraron que era más fácil hacerse de una franquicia ya existente, que partir de cero y fundar otro partido. 

Esta corriente neo panista se incrusta con enorme presencia a partir de la campaña de Manuel J. Clouthier. Como éstos no tenían   el mismo sustrato ni valores de los fundadores, muchos de ellos se convirtieron en mercachifles, haciendo negocio de la política.

El PAN nace en 1939 como una reacción a la política expropiatoria y socialista asumida por el gobierno del general Lázaro Cárdenas y a sus continuos choques con los grupos empresariales. 

Los documentos básicos constitutivos del albiazul fueron redactados en el Banco de Londres y México en Monterrey y la firma de los mismos fue en el Frontón México, a las 11:30 de la mañana del 14 de septiembre, hasta el día 16 que concluyeron los trabajos y aprobación de estatutos. 

Como si tuviese un defecto genético en sus ochenta años de vida, ese organismo no ha sabido como tener una sana cercanía con los presidentes de México, incluyendo a los de su propio partido. Actualmente, sus dos figuras que presidieron la más alta magistratura del país, son ajenos y distantes a su partido. La visión que tiene el PAN del poder y su relación con el gobierno han sido tormentosas y apocalípticas, no ha ubicado en el justo medio la figura presidencial. Cuando Fox llegó al poder, declaró que: “No gobernaría con el PAN”. Por su parte, Felipe Calderón dice que: “Con Fox no llegó el PAN a la Presidencia, el hombre de las botas se apoderó de la franquicia y fue el foxismo el que arribó”.

En sus principios institucionales había dos visiones casi incompatibles: lo sacro, las buenas conciencias y recristianización del país de parte de la jerarquía eclesiástica; y, del otro lado, los empresarios, con preocupaciones más mundanas, lo profano de los intereses económicos y la no intervención de parte del Gobierno en sus negocios. Así, como era de esperarse, el acta constitutiva fue el resultado de los compromisos entre lo celestial y lo profano: una ambigüedad.

Entonces, el problema era definir el objetivo. Finalmente, se aceptó ser un partido político, pero se omitió cualquier referencia a la lucha política o a la conquista del poder; púdicamente se habló de “actividad cívica” en la vida pública. Estos santos varones estaban muy cerca de Dios y lejos de la política.

En 1940 fue la primera vez que ensayó el flamante PAN en elecciones presidenciales, para suceder a Cárdenas; no lo hicieron con candidato propio y se sumaron al General J. Andrew Almazán que contendía contra el General Ávila Camacho. Sin embargo, Miguel Alemán Valdés, jefe de campaña de este último, se acercó al Grupo Monterrey para negociar su apoyo a Ávila Camacho a cambio de la prerrogativa de decidir a sus gobernadores y a sus presidentes municipales en lo sucesivo. 

De ésta manera, con el apoyo económico regiomontano, Acción Nacional pactó su primera concertación y abandonó a Almazán para sumarse al poder económico empresarial, en la cargada del PRM.

No fue hasta 1952 que por primera vez postularon candidato a la Presidencia de la República: Efraín González Luna, que tenía una visión confesional, inspirado por el Papa Pio IX, pensaba que la modernidad había desplazado a Dios de todo centro de poder sobre los pueblos y había que recuperar el reino de Dios en la Tierra. Nótese que el poder era para Dios, no para su partido.

El adocenamiento y la intrascendencia del PAN durante varias décadas se debieron, fundamentalmente, a su renuncia original a la lucha por el poder, que los privó de cualquier dimensión heroica. Su rechazo al generoso proyecto de la Revolución mexicana, los desarraigó del país que pretendían redimir y los confinó al gueto de sus convicciones. Así desvela finamente Carlos Arriola el perfil histórico del PAN a través del tiempo, en su libro “El miedo a gobernar”.

A ochenta años de bregar para asimilar y compaginar la “Rerum Novarum” de León XIII y “El príncipe” de Nicolás Maquiavelo, y distinguir entre el Reino de Dios y el Gobierno en este mundo, el PAN, más que celebrar, debería reflexionar y analizar qué fue lo que lo llevó a un resultado tan demoledor en la contienda electoral del 2018. Es la mayor derrota que ha sufrido desde que se celebran elecciones libres y competidas en México: el menor número de votos en comicios presidenciales desde la cuestionada elección de 1988. La representación más pequeña en el Congreso.

¿Pero, que le pasó al PAN? “Nadie puede llamarse a sorpresa por este desenlace. Los síntomas ya eran visibles. No quisimos ver que ya para ese entonces la institucionalidad del partido estaba fracturada. En la ruptura del contrato social interno, se incubaron todos los tumores que provocaron nuestra actual metástasis: la captura de los padrones, la concentración cupular de poder, la inhabilitación de los órganos de deliberación, la patrimonialización de las candidaturas, la cancelación de la pluralidad, la falsificación de la democracia interna, la persecución del disidente”: Roberto Gil Zuarth.

Queda muy claro que el debate fundacional entre lo celestial y lo profano ya se resolvió a favor de éste último. “Al PAN, nunca lo derrotó la derrota, lo que nos puede derrotar es la victoria”: Luis H. Álvarez.

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