Esta semana preparando mi participación como representante de México en la cuarta sesión de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, llegó a mis manos la historia de una mexicana -no cito su nombre- que ella intituló “Violencia obstétrica: cuando la realidad llena de contenido al concepto” justo cuando en la Cámara de Diputados y en la Asamblea Parlamentaria están por aprobarse modificaciones a la leyes para darle concepto al término “violencia obstétrica”.
Su misiva inicia señalando que la Academia sirve para dar nombre a las problemáticas sociales.
Desde ella se teorizan y exploran realidades que, en muchas ocasiones, analizamos como meros observadores o, mejor dicho, desde los privilegios que permite el género, la clase, la raza y el poder adquisitivo, entre otros.
Sin embargo, cuando se está ante problemáticas estructurales, como es la violencia contra las mujeres, resulta inevitable no vivir al menos alguna de las formas en que ésta se manifiesta.
Su vivencia llenó de contenido lo que para ella era solo el concepto la violencia obstétrica definida como una forma de violencia contra las mujeres que ocurre en el marco del embarazo, parto y puerperio que implica “un trato irrespetuoso y ofensivo hacia las gestantes, maltrato físico, humillación y maltrato verbal, así como la aplicación de procedimientos médicos sin consentimiento o coercitivos”.
“Así como la negativa a la hora de administrar analgésicos, violación de la intimidad de la gestante, negligencias durante el parto e incluso el rechazo de admisión en centros de salud”.
Esta forma de violencia contra las mujeres, como muchas otras violaciones a derechos humanos, las normalizamos en contextos de especial vulnerabilidad como es la pobreza y la ruralidad porque, en nuestros privilegios de raza y clase, olvidamos que esta violencia si bien se agudiza en la intersección de varios sistemas de opresión, tiene raíz y se perpetúa en la desigualdad de géneros.
Su historia tiene lugar en España, en un hospital privado y que en teoría trabajaba bajo la filosofía del parto humanitario. Escucho de familiares y amistades su alegría porque tendría su hijo fuera de México, porque accedía a un maravilloso sistema de salud de un país de “primer mundo”.
Platica que como la teoría dice, no importó que estuviera en el primer mundo ni que acudiera al sistema privado de salud. Tuvo un parto lleno de violencia desde el minuto uno: una matrona que sin lubricante le realizó el tacto y le introdujo prostaglandinas para acelerar el parto y que, ante su molestia por el dolor ocasionado, la regaño por estar “seca” y “poner demasiada fuerza en la vagina”.
A las 10 horas de haber iniciado su labor de parto y con contracciones cada tres minutos pero sin dilatación comenzó a vomitar del dolor, por lo que ella pidió le pusieran la anestesia epidural -en México le llaman raquia- y la matrona enfadada indicó al camillero la llevarán al paritorio porque “aguantaba poco el dolor y eso que las latinas suelen parir muy bien”.
Estuvo 20 horas en trabajo de parto para que finalmente decidieran que era necesaria una cesárea ya que el bebé no había bajado lo suficiente.
En la cesárea continuó la violencia: sin haberle explicado le ataron de manos y comenzaron la cirugía sin la presencia de su marido que -después se enteraron- se habían olvidado de él, habiendo ingresado una vez que el procedimiento había comenzado.
Durante la cesárea, al quejarme por el dolor, recibió malas caras y comentarios hasta que se desmayó porque, según le contó su esposo, sus pulsaciones se dispararon y fue entonces que se dieron cuenta que la anestesia “no estaba pasando” y tuvieron que sedarla.
Por supuesto que no tuvo “piel con piel” con su hijo, ni tampoco su esposo. De hecho, pudo conocerlo hasta una hora después en la sala de recuperación, siendo que por política del hospital privado y de primer mundo, el “piel con piel” debía realizarse ya sea por la madre o por el padre sin importar el tipo de parto.
La sensación de felicidad por el nacimiento de su hijo se vio opacada por una serie de acciones, comentarios y procedimientos innecesarios que hicieron de su parto una situación estresante y dolorosa que repercutió luego en la lactancia.
No importó el país, ni que fuese privado, no importaron sus privilegios, porque el género, sí género, como sistema de opresión es sistemático y generalizado. Y su historia nos dice, incluso peores, es la historia de muchas mujeres.
¿Han sabido ustedes estimados lectores alguna historia así? Cierto estoy que ninguna mujer debe parir en esas condiciones, la maternidad debe ser un asunto libre, decidido, respetado y feliz en todas sus etapas.
Sin embargo, la violencia obstétrica es un fenómeno tan recurrente en nuestro México que las quejas y denuncias hicieron que la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitiera la Recomendación General Número 31/2017 sobre la violencia obstétrica en el Sistema Nacional de Salud con seis puntuales recomendaciones.
Una de ellas es elaborar un modelo de atención a las mujeres durante el embarazo, parto y puerperio con enfoque humanizado, intercultural y seguro.
En Estrasburgo nos sumaremos a los esfuerzos del Consejo de Europa, para impulsar en nuestro país y en todo el mundo el respeto a los derechos humanos y la dignidad humana, particularmente en el contexto de la atención médica.
Fuente: https://www.cndh.org.mx/documento/recomendacion-general-312017