Últimamente me han llegado muchos avisos de marchas que se llevan a cabo en distintas partes del País. Antes de la existencia de las redes sociales electrónicas te invitaba un conocido o te llamaban por teléfono. La primera vez que asistí a una concentración de éstas ni siquiera fue por convicción propia. Fue en Guadalajara contra los abusos y negligencia del gobierno de Guillermo Cosío Vidaurri. Las amigas me jalaron y pues me uní para ver de qué se trataba. La segunda y última marcha a la que asistí fue aquí en León por la protección de la vida en el vientre materno.
En lo personal no me siento cómoda con la experiencia de ir caminando por la calle con un letrero anunciando una consigna, pero considero que es importante manifestar las distintas posturas que nuestra propia diversidad comunitaria tiene.
El problema es que este recurso es solicitado actualmente con mucha frecuencia y puede ser desgastante para quienes asisten, ya que provoca que muchos desistan y el efecto se diluya. Ya no es una gran marcha, sino son muchas pequeñas marchas.
Otra cuestión es que por lo general no se sabe con claridad quién o quiénes convocan a marchar y, además, el objetivo no es específico y definido. Unos amigos asistieron a una de las primeras marchas de este año y la convocatoria era para protestar contra decisiones que se consideraban erróneas por parte del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Mis amistades se decepcionaron y se retiraron del evento cuando tal marcha se hizo una marcha de diversas causas en la que se jalaba agua para el molino propio. Así lo que inició siendo una protesta contra el gobierno de AMLO terminó siendo una marcha por la vida, por la familia, por la ecología y lo que se iba sumando.
Mis amigos, como muchas otras personas, perdieron los deseos de manifestarse a través de este recurso. Cuando la sensación de unidad que da una marcha, se pierde, así también se pierde el sentido y finalidad de la marcha.
Poder decir si una marcha sirve o no, es relativo y tiene varios fines. Se hace visible un problema y dependiendo de la magnitud del conglomerado y del discurso, la sociedad tiene la oportunidad de conocer las necesidades e inquietudes de una parte de la sociedad y sensibilizarse con el tema. Esta acción puede ser un principio que contribuya a exigirle al gobierno, ganar simpatizantes y poner el tema en la mesa.
Si para conseguir lo mencionado anteriormente, las marchas se violentan y obstaculizan el tráfico y perjudican la movilidad de las personas, o la protesta se convierte en plantones, los gobiernos se ven presionados a resolver el problema que está afectando a la ciudadanía, y ante la imposibilidad de desalojo sin afectar sus derechos humanos acceden muchas veces a negociar y a ceder.
Lo que se ha vuelto inaceptable son los actos vandálicos que causan destrucción y daños a personas, empresas y a la ciudad misma. Las marchas deben realizarse con un permiso gubernamental, con supervisión y vigilancia policiaca, respeto a la ciudadanía y no provocar daños a personas inocentes o inmuebles. Deben existir leyes que así lo especifiquen y sanciones ante el incumplimiento del orden.
El gran problema que se observa en las recientes marchas en contra del gobierno de AMLO es que no existe un plan, estrategias o líderes que continúen con la protesta de tal modo que logre ser escuchada para efectos de tener algún resultado. Se realiza la marcha y posteriormente no pasa nada. Para que una marcha sea efectiva se debe generar un compromiso, lograr una integración ciudadana representativa, sumar adeptos y dar seguimiento al propósito de la marcha. Fomentar compromisos en vez de destrucción y desilusión.
Las redes sociales son un apoyo de comunicación para informar y transmitir ideas, pero no es suficiente si no hay un liderazgo. Las protestas y manifestaciones callejeras y las que se envían al ciberespacio deben organizarse para lograr algún cambio social, pero insisto que para tener resultados hace falta una causa común específica y un liderazgo convincente.