Si alguien quisiera colocarse a la cabeza de la oposición podría replicar la conferencia mañanera del Presidente. Decíamos que el PAN es el único partido de real oposición. Tal vez Movimiento Ciudadano, tal vez el nuevo partido de Felipe Calderón tendrían oportunidad de hacer una conferencia “espejo” para contrastar las ideas, aclarar cifras y oponerse con sabiduría al partido en el poder.

Si vemos lo que pasó ayer en Culiacán, donde las redes sociales esparcieron como en pirotecnia la intentona de rescatar al hijo del Chapo, encontramos que la presión aumenta. La sensación de inseguridad y el franco terror de la gente no compensó la noticia de la aparente detención de uno de los capos más importantes del país.

Hoy, cuando se presente en su conferencia matutina, el presidente Andrés Manuel López Obrador enfrentará de nuevo a la prensa. Y así será todos los días siguientes con la agenda que proponga y los hechos de la semana. Desde diciembre nos sorprendió la capacidad y constancia para comenzar desde muy temprano con temas de seguridad y luego su conferencia.

López Obrador no ha tomado una semana de vacaciones, no ha faltado a su cita con los medios y ni siquiera una gripa o un malestar estomacal lo aleja del micrófono. Se necesita una gran pasión política para mantener ese ritmo.

Llegará el momento cuando el desgaste político le dé menos beneficios al de marcar la agenda diaria. Gobernar desgasta.

Un día es el nulo crecimiento, otro día son las medicinas, luego sigue la inseguridad y el desfile cotidiano de todos los problemas del país. Mantener un buen porcentaje de bateo ya no será tan fácil en 2020 y menos en las campañas del 2021.

Luego está el cansancio natural de la mente y el cuerpo.

El descanso y las vacaciones son indispensables para restablecerse de la presión del cargo. Sería inhumano, peligroso para la salud y la estabilidad emocional no hacer altos en el camino. Incluso el público requiere un respiro.

Al Presidente lo necesitamos sano y cuerdo, sereno y descansado por el bien de él y de la Nación.

La mejor forma de cambiar sería espaciar las conferencias. Primero a tres días por semana y luego a un día. Para no perder el espacio podría delegar lo cotidiano a sus secretarios y a miembros de su gabinete ampliado. No tendrían el mismo rating pero aliviarían mucho la presión. Seguir con el ritmo frenético de trabajo y presentaciones desequilibra a la administración pública y cansa. La constancia se convierte en terquedad, la consistencia deja de ser virtud.

Hay un viejo dicho popular, de esos que tanto le gustan a nuestro mandatario: “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”. Aquí el santo se comienza a quemar. No lo notamos pero la constante medición de cada palabra, de cada frase y tema en 90 minutos resulta una confesión diaria.

Al principio era interesante ver el talento del Presidente para capotear todos los temas con su parsimonia y sus palabras precisas; cada día que pasa los temas repetidos una y otra vez pierden el encanto original. Los adversarios son los mismos, los calificativos poco cambian y las generalidades abundan a falta de una estrategia.

Los toreros no pueden dar corridas todos los días durante todo el tiempo. Los peloteros del beisbol no pueden lanzar cinco días a la semana y practicar el sábado y el domingo. No hay deporte ni política que lo resista. Al tiempo lo veremos.

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