Cuando Nuevo León pasaba sus peores días de violencia, cuando Monterrey sufría la guerra y descomposición social por los cárteles de la droga, el Tec invitó a Sergio Fajardo, político colombiano, a explicar su éxito como alcalde de Medellín.
Fajardo, doctor en Lógica Matemática, salió de la academia para resolver problemas reales de su país. Él, con un grupo de ciudadanos idealistas salieron a las calles en una campaña distinta, de estrecha cercanía con el electorado. La primera ocasión estuvieron cerca de ganar, la segunda, lo lograron.
Su programa de “Transformación” fue distinto a las tradicionales promesas de los políticos.
La tragedia de Medellín la vimos recreada en la serie de Pablo Escobar, el capo que tuvo bajo su mando a la organización narco-terrorista tristemente célebre.
En 1991, cuenta Fajardo, la tasa de criminalidad alcanzaba 381 homicidios por cada cien mil habitantes. La más alta del mundo. Medellín vivía aterrada. Escobar pagaba a sicarios adolescentes una cuota por cada policía que mataban. La infiltración y el control de las zonas más pobres, hacía casi imposible parar esa máquina de asesinar.
Entonces se acuñó el calificativo de “colombianizar”. Decíamos en los 90 que México se podría “colombianizar”.
“Culiacanizar”, ese podría ser el nuevo verbo temible.
El trabajo de Fajardo bajó la cifra a 26 homicidios por cada cien mil habitantes. De casi 7 mil muertos por año, disminuyó a unos 700.
Los consejeros del Tecnológico de Monterrey quedaron asombrados con los resultados. Hace ocho años reinaba la inseguridad en Nuevo León. Los grandes empresarios, angustiados veían en la estrategia de Fajardo una salida, la esperanza ante la guerra entre Los Zetas y el Cártel del Golfo.
Lo que hizo el matemático convertido en político fue reconocer dos problemas a solucionar: la violencia y atender las grandes desigualdades sociales, tan comunes en Latinoamérica.
Había que sacar dos árboles perniciosos: atacar la violencia y hacer intervenciones sociales para rescatar a los jóvenes de la guerra. La fórmula estaba representada por los dos árboles con sus raíces entrelazadas, uno representaba la violencia y el otro la desigualdad social. No se podían jalar al mismo tiempo los dos, había que sumar fuerzas para remover un árbol y enseguida el otro. Atacar la violencia, luego apoyar las zonas más pobres y aisladas de Medellín. Las dos acciones en círculo, uno, dos; uno, dos.
Como político contradijo el principio matemático de que el orden de los factores no altera el producto. En sus “intervenciones”, hay un orden necesario para dar el resultado. Lo dividió en tres etapas.
1. El Gobierno no puede dejar un centímetro cuadrado en manos de la violencia. Todo el territorio debe ser controlado por la policía, “por la fuerza legítima del Estado”.
2. Inmediatamente se debe reinsertar a los jóvenes a través de una atención directa, individual de quienes no saben cómo producir y se van “a la guerra”.
3. Con oportunidades, Medellín debería ser la ciudad más educada, creando cultura de emprendimiento. Tendría que construirse una transformación física con infraestructura de primer mundo en las zonas más pobres, con bibliotecas, escuelas, centros de salud, metrocables y espacios deportivos.
Los recursos vendrían de una administración de cero corrupción.
El resultado fue espectacular. La ciudad se transformó en pocos años y hoy es una de las más bellas e interesantes de Latinoamérica. En Youtube está la presentación de Fajardo. Ahí se muestra con más amplitud cómo logró un ciudadano ilustrado y con voluntad transformar a la ciudad que fuera la más violenta del mundo. Simplemente lo invito a teclear “Del miedo a la esperanza”.