Cuando se pensaba que el Estadio León todavía se podría pelear en tribunales por medio de los dueños de palcos o alguna otra táctica dilatoria, llega el último round a favor de Roberto Zermeño–Héctor González.
Aunque al Ayuntamiento no le faltarían recursos para congelar de por vida el uso de suelo del estadio, Zermeño podría echar para fuera al equipo de lo que los jueces dijeron es su propiedad.
El Alcalde puede amenazar con una bomba a Zermeño y decirle: bien, tienes el estadio pero no podrás hacer nada con él. Decretaremos que el uso de suelo es para un parque. Todos los esfuerzos del ex presidente del León y su socio de Celaya quedarían en nada. Se le llamaría un triunfo pírrico.
Permisos para eventos, traslado de dominio para construir o cualquier cosa imaginable dependen de la autorización de la comuna. Como la afición piensa que lo del estadio fue el robo del siglo, nadie lamentaría su destino.
Los técnicos en diplomacia lo llaman la solución “atómica”, es como echar una bomba y todo se funde. Pero esa misma arma está en manos de Zermeño.
Si, con la ley en la mano, el dueño legal (no legítimo) del estadio le niega la entrada o no se arregla con los Martínez en la renta, la ciudad se quedaría sin su adorado espectáculo. Una expropiación tomaría demasiado tiempo y la construcción del nuevo estadio va para largo.
Si ya no se puede hacer nada desde lo legal, el único camino es sentarse a negociar.
Zermeño puede pedir una fortuna pero nadie se la dará. El municipio puede ofrecer cacahuates, pero Héctor González ya le invirtió tiempo y dinero al pleito.
Una forma de negociar sería permitir que Zermeño tuviera un uso del suelo futuro para construir o vender, cuando el nuevo estadio se inaugure y mientras tanto cobrar una renta simbólica al equipo.