¿Qué funciona?
Esa fue la pregunta hecha por Deng Xiaoping cuando asumió el poder en China. ¿Cómo podemos sacar de la pobreza a mil 400 millones? La respuesta fue un canto al pragmatismo. Se olvidó del dogma comunista, de la planificación central y desplegó todo el potencial del pueblo chino, dormido durante 30 años de terror con Mao.
Fuera dogmas económicos, fuera Marx y Engels, “no importa que el gato sea negro o blanco, lo importante es que atrape ratones”. Con esa frase cambió el rumbo de su nación y de la humanidad.
Tan bien funcionó el pragmatismo que en apenas 40 años China salió de la pobreza y pronto será la primera potencia mundial por su productividad y, claro, por su inmensa población.
Como ideología, el pragmatismo tiene una gran ventaja: no está atada a dogmas ni de derecha ni de izquierda y funciona dondequiera. Permite un análisis desapasionado de la realidad y admite que el error es parte de la naturaleza humana.
Muchos creen o piensan que el pragmatismo es inhumano, injusto, mecánico o de plano insensible. Como toda visión o herramienta del pensamiento, el pragmatismo puede usarse sin valores y ocasionar daño o verse como una estrategia para lograr las metas más ambiciosas.
Pongamos algunos ejemplos.
Chile, al frente de la productividad en Latinoamérica excedió los límites del llamado neoliberalismo. Debe replantear su Constitución, creada desde la era Pinochet. Tendrá que proporcionar mayor asistencia en educación superior para mejorar la movilidad social. El presidente Sebastián Piñera podría remitir la culpa del desasosiego a la ex presidenta de izquierda Michelle Bachelet. De nada sirve.
Hoy tiene que preguntarse ¿qué funcionaría para encauzar el descontento popular? Supo que no era la fuerza el método. En pocas semanas sabremos si recupera la estabilidad o de plano lo más práctico es su renuncia.
En México podemos preguntar por cada una de las políticas públicas. ¿Funcionará el modelo económico ideológico de regreso a los 70?
William James, filósofo norteamericano padre del pragmatismo, reflejó los valores que llevaron a su país a ser la potencia mundial que hoy es. Un siglo de cambios permanentes basados en el flujo de ideas siempre nuevas. El voto de la mujer, las libertades civiles, la ampliación de los derechos antes reprimidos en la minoría gay, la protección de quienes pierden el empleo y todos los avances sociales. Un péndulo político en la búsqueda de la verdad norteamericana: “lo más útil”
A diferencia de otras formas de pensamiento, el pragmatismo admite errores, siempre está abierto a la crítica y no presume tener la solución de todo en un manifiesto como el comunista o el simplismo del “dejar hacer, dejar pasar”.
En Inglaterra se olvidaron del pragmatismo cuando no midieron las consecuencias del Brexit. El electorado, engañado con datos falsos, creyó que era mejor el nacionalismo y se toparon con pared. Con la ilusión de un nacionalismo al estilo de Churchill, quisieron regresar al Siglo XX y están entrampados.
El problema para México es el regreso a las “creencias” y el olvido de la ciencia, de los datos duros. En poco tiempo el pragmatismo tendrá que regresar para resolver nuestro destino de crecimiento. Gobernar con dogmas económicos y políticos paraliza cambios verdaderos y necesarios. Ni la derecha, ni la izquierda brindan la oportunidad que da el “Pragmatismo Estratégico”, algo que suena a bicho raro pero funciona ahí donde hay cambios y prosperidad.