A veces parece un salón de clases, un intercambio de datos, hechos y opiniones entre el Presidente de la República y alumnos difíciles (los reporteros) que preguntan todo, sin miedo, sin empacho y en plena libertad.
El estilo de Andrés Manuel López Obrador no tiene comparación. Ningún jefe de estado, primer ministro o presidente sale al balcón todos los días a responder el tema que le interesa a los mexicanos.
Una y otra vez nos sorprende la resistencia física del Mandatario, su constancia y empeño. Cumplirá pronto un año sin fallar, sin dolencias por su edad, sin bajar la guardia.
Dar cuentas, responder dudas y clarificar la estrategia en múltiples temas de interés nacional es un ejercicio democrático. Lo imposible es hacerlo todos los días, sobre todo lo que sucede y al más mínimo detalle. Tampoco lo es para el vocero de la Presidencia, los ministros y menos para quien dirige todo.
La utilidad de una rueda de prensa diaria quedó rebasada ayer. Más allá de las imprecisiones sobre la información de los hechos en Culiacán, surge una discusión directa entre reporteros y López Obrador. El Presidente pide objetividad, reclama el amarillismo de medios e indirectamente ofende a quienes preguntan citando una frase de Gustavo Madero.
En la época de Porfirio Díaz, la libertad de prensa estaba acotada, vendida o suprimida por el dictador.
Cuando llega Francisco I. Madero se abre a la libertad. Los medios porfiristas atacan al nuevo Presidente y surge el dicho: “les quitamos el bozal y ahora nos muerden”. El ejemplo canino no corresponde al México actual.
Cierto que muchos medios y periodistas recibieron toneladas de dinero en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Algunos para sobrevivir. Sus páginas o sus emisiones están ahí para la historia, lo mismo que las facturas hechas públicas por la ley de transparencia.
Quien quiso ejercer la libertad a plenitud lo hizo sin límites y sin compromisos. Ejemplos hay muchos.
La falacia es decir que la nueva administración trajo la libertad o nos quitará un imaginario bozal. Falso. Desde el sexenio de Ernesto Zedillo cambió México, aunque con Miguel de la Madrid existía una gran libertad para quien deseara ejercerla.
Sin la libertad de expresión no habría alternancia como sucedió a partir del 2000.
La acusación eleva el nivel de crispación, enojo y encono entre el Presidente y los reporteros que realizan su trabajo desde temprano. Habrá quien pregunte siempre de buena fe y con legítimo interés, pero surgirán también quienes, como en un aula de preparatoria, traten de hacer enojar a López Obrador y a sus ministros.
Por el bien del propio Presidente, por el bien de México, las mañaneras deben terminar. Si no, los beneficios iniciales de contacto diario con la prensa, se convertirán en un lastre. Contestar todo y sobre todos los temas es un riesgo.
Siguiendo el juego de beisbol que tanto se pone de moda, es imposible batear mil de porcentaje. Las bolas rectas, las curvas, los torniquetes ensalivados pegarán más al equipo y poncharán una y otra vez a la nueva administración. Si lo piensan bien los asesores de Andrés Manuel López Obrador, valdría la pena espaciar el ejercicio a uno por semana. Todos nos serenaríamos más.