Desde el inicio de la guerra que Felipe Calderón le declaró al narcotráfico en 2006, las Fuerzas Armadas llevan realizando labores para las cuales no fueron entrenadas. De manera natural, desde su incursión cotidiana en asuntos de seguridad pública, las denuncias por violaciones de derechos humanos se dispararon. Comenzó a acusarse a los militares de utilizar tácticas de aniquilamiento sin respetar protocolos, aunque la realidad es que no podíamos esperar mucho más. Si bien es cierto que ante la delicada situación que vivían a diario varios estados de la República, pudo haber obligado al presidente Calderón a echar mano de militares y marinos, poco, muy poco se ha hecho para reforzar a las policías municipales, el eslabón más débil en toda la cadena de seguridad.

La presencia de las Fuerzas Armadas debía entonces ser temporal. Hubo críticos que incluso cuestionaban la legalidad de la participación de militares en labores de seguridad, pero Calderón siguió adelante. Luego Peña le bajó el perfil al tema, pero entregó resultados escandalosos. La crisis que estalla con Calderón, no hizo más que recrudecerse con Peña.

Podemos criticar muchas cosas tanto de Calderón como de Peña, pero creo que vamos a coincidir en que dieron su respaldo a los titulares de las secretarías de Defensa y de Marina, que en múltiples ocasiones se vieron envueltos en medio de escándalos luego de la letalidad que los caracterizó cuando se enfrentaban a civiles. Dicha situación y ante la pasividad de los gobernadores y el desastre de la mayoría de las policías municipales, Peña Nieto impulsó la Ley de Seguridad Interior, que daba respaldo jurídico a la presencia de las Fuerzas Armadas en labores de seguridad pública. Pero dicha norma estuvo en medio de un mar de críticas de quienes acusaban la militarización del país y fue declarada inconstitucional por la Suprema Corte.

López Obrador no se cansó de criticar la estrategia que él llamó “fallida” desde que era candidato. Acusó a las Fuerzas Armadas de reprimir al pueblo, de cometer masacres y de generar mayor violencia en lugar de contenerla. Insistió en que el plan cambiaría y consideró incluso una amnistía para los grupos delincuenciales, todo sea por la “reconciliación nacional”.

Pero al llegar al poder, no hizo otra cosa que apoyarse en las Fuerzas Armadas, tanto así que impulsó una reforma constitucional para darle sustento legal a la participación de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública. Su coalición lo respaldó para crear la Guardia Nacional, un híbrido que hoy no termina de cuajar y cuyas labores no son claras, pues una de ellas responde a los caprichos del presidente de los Estados Unidos.

El fallido operativo en Culiacán desató una ola de críticas, no sólo del ciudadano de a pie, de buena parte de la clase política, pero sobretodo de los mandos militares. El general en retiro Sergio Aponte Hipolito dijo que existía agravio y enojo por los muertos y heridos y por la liberación del hijo de El Chapo. El desastre escaló cuando en la conferencia mañanera del 31 de octubre, el presidente López Obrador ordenó al secretario de la Defensa Luis Crescencio Sandoval, revelar el nombre del encargado del operativo, orden que acató con molestia evidente, así como también se notó desazón en el general Luis Rodríguez Bucio, comandante de la Guardia Nacional. La revelación del nombre puso en riesgo la vida del Coronel y la de su familia. Poco después, quizá dándose cuenta de la estupidez, quizá por recomendación de los propios mandos militares, el presidente desmintió la información.

Imaginemos un poco amables lectores lo que han de sentir los militares. Arriesgan sus vidas, los mandan al matadero, los exponen al ridículo, no se ve para cuando vayan a regresar a los cuarteles y encima de todo, los mandos civiles los abandonan a su suerte.

No caeré en la tentación de decir que un golpe de Estado es posible, pero tampoco podría descartarlo. El hastío en las Fuerzas Armadas no hace sino aumentar. Más valdría tener cuidado con eso. Los límites se están traspasando, los errores acumulando y lo único que podemos notar es que la “estrategia” en seguridad es un auténtico desastre. Se improvisa, se equivocan y luego culpan al pasado o a los “conservadores”, esos malvados depredadores, pero son incapaces de asumir responsabilidades.

Bien decía Napoleón: “La victoria tiene mil padres, la derrota es huérfana”.

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