Apenas se asomó la reforma política con Echeverría y López Portillo, los partidos todos, finalmente se apresuraron a disfrutar el bocado financiero.

Crearon una burocracia con funcionarios muy bien pagados. ¡Ya había con qué sustentar gastos! Presidentes de los comités más importantes, secretarios, comunicadores, hasta edecanes para eventos especiales, peso sobre peso. Todo con cargo al erario, pues para eso son nuestros impuestos.

En los diversos partidos, con registro o en embrión, casi desapareció el voluntariado.

Por si faltara algo, -pasado nada remoto- en algunos congresos estatales se les destina a diputados o diputadas una partida financiera a efecto de que ayuden a la gente; ¿becas, medicinas? 

Puede ser aunque en no pocos casos son aplicaciones de mentiritas. Existen legisladores o legisladoras que ese dinerito se lo dan a sus amanuenses a efecto de tenerlos contentos. ¡Y maiciaditos!

Recuérdese el caso de un diputado local, de apellido González, que no le dio a su distrito nada, ni para foco del alumbrado público. 

Un mal día, mal para él, se presentó con “su gente” para solicitar apoyo puesto que pretendía jugarla en un distrito, ahora federal. 

Apenas comenzó a hablar cuando una asistente, con voz sonora lo calló. Le hizo el reclamo de que nunca se había parado por esos rumbos luego de que lo respaldaron con trabajo y votos. “¿Con qué cara vienes a solicitarnos nuevo apoyo?”. El personaje se bajó del mediano tapanco y, junto con su mujer, se fue como el perro que se tragó el jabón.

No olvidemos que el poderoso caballero, que es don dinero, a los políticos, todos, sin distingo de colores, les juega curiosas pero a la vez costosas partidas, de las que siempre salen airosos, con la astucia de El Alcalde de Lagos. ¡Resultan más que magos!

Memoria: en una legislatura guanajuatense, los diputados y diputadas, sin marginarse nadie, como en Fuente Ovejuna, “todos a una”, acordaron la compra de automóviles, nuevos, claro. Uno para cada quien, desde luego; no se trataba de unidad colectiva.

El hecho provocó severas críticas. Entonces, para darle al escandalito un aplacón, determinaron ir, de sus emolumentos, abonando. Nadie supo si el cobrador iba cada quincena o cada mes a las curules, con la tarjetita en la mano y el lapicito presto para anotar, como se hace con quien saca a pagos una plancha, estufa o lavadora.

Lo curioso del caso fue que al término de la gestión emitieron un acuerdo para dejar esa deuda en ceros. “Borrón” y ya ni cuenta nueva porque terminaban su encargo legislativo.

¿Fue tal procedimiento válido o una truculencia, como tantas otras que los políticos le propinan al pueblo? Indáguelo algún sapiente estudioso y curioso.

Cuando llegó el subsidio en grande, por porcentaje de votos, los partidos compraron o construyeron edificios para sus principales comités. En alguna ocasión sumadas las aportaciones porcentuales voluntarias o a la fuerza, de quienes alcanzaban puestos de elección popular o administrativos (caso León).

No todos los “agraciados” aceptaron esa especie de diezmo. Es más: de las percepciones por puestos públicos de elección popular en algunos partidos, como el PDM (sinarquista) el del gallito colorado, se cifró el descuento en 15%, que sólo una persona cubrió. Los demás hicieron como que la Virgen les hablaba. ¡Y se enchalecaron el 100%!

Vale ahora recordar que los estatutos pedemistas indicaban que al desaparecer el partido, los bienes se entregarían a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero aparecieron las aves de rapiña, con pico y uñas largas tanto que actualmente el edificio sede, Edison 89, Colonia Tabacalera, Ciudad de México, un vival lo vende en ocho millones de pesos, cuatro para él y otro tanto a quien le dé visto bueno a la operación.

Las propiedades de la Unión Nacional Sinarquista, que estaban protegidas por una Asociación Civil, los carroñeros, hombres y damas, se las han repartido y usufructúan con cinismo, hasta alquilan espacios.

Con motivo de las prerrogativas a los partidos brotó el apetito financiero: despachos de gestores, cabilderos al por mayor, socios de empresas conectadas con la basura, estructuralistas de programas municipales, vendedores de todos los colores y productos a los ayuntamientos o gobiernos estatales.

Que existen normas de adquisición nadie lo duda; pero también hay maniobras a efecto de pasar la ley a segundo o nulo término. ¿Un ejemplo? Va: si una compra requiere ser licitada por, digamos que el monto abarca 10 millones, nada más la dividen en tres y… procede hasta con un vendedor fantasma.

Y pronto, en los tiempos de Peña Nieto, por arte de magia apareció mochilandia. ¿En qué consistió?

A los legisladores les autorizaron importantes sumas de recursos para que ellos, a su vez, los transmitieran a los municipios más urgidos de fondos; claro que con previo programa o plan. Y ¿adivinan los lectores lo que ocurrió?

En efecto: se gestionó pero con un “moche” para el tramitante. ¿De cuánto? Nunca se supo, fue como el cuento de La Llorona, que muchos hablan de ella; pero nadie la ha visto jamás. Claro que lo rico, tonto y panzón, no se pueden ocultar.

Algunos partidos se organizaron en “tribus” y colocaron a sus seguidores en la administración pública desplazando, claro, a la burocracia experimentada y capaz.

Cuando un color sale, entra otro con su gente; ese desplazamiento es brutal e inhumano.

¿Y el llamado servicio civil de carrera?, preguntarán  los enterados. No existe propiamente, aunque haya legislación sobre la materia. 

Nada más para que nos demos una idea, vale la pena recordar que a Héctor López Santillana, para su segunda vuelta, el partido le mandó una lista de 600 elementos activos que debían ser premiados.

La verdad sea dicha el Alcalde no hizo caso del todo a tal recomendación.

Meditemos, lectores estimados, si se gastan bien o mal estos recursos: ¿cuántos programas llevan a cabo los partidos para darles capacitación ideológica a sus militantes? Cero porque si hacen uno o dos al año son ni formales sino de mentiritas, para cubrir el expediente.

Y no soslayemos que el “maiciar” a los ciudadanos no es una práctica flamante; nada de eso, se lleva a cabo de siempre como, recordemos con mente fresca, el reparto de pantallas gigantes para que con la nueva tecnología el pueblo no se quedara sin ver sus programas favoritos. Fue un engaño y desperdicio financiero enorme. ¿Quién pagó el pato, no el ganso? Nuestros impuestos.

Claro que ahora se reparten recursos económicos hasta a quienes no necesitan, pero con una cadena y mecanismo modernos, para amarrar desde ya, a los votantes y tenerlos cautivos por los bolsillos o la cartera.

Por todo ello y algo más, bajarles los recursos  a los partidos políticos, es tanto como obligarlos a reestructurarse a fondo y acabar con tanto dispendio o desperdicio con cargo a los dineros del mismo pueblo.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *