Hace dos años leí el libro “El american dream”, una extraordinaria sátira autoría del diplomático mexicano Enrique Berruga Filloy. La portada del texto era de por sí, provocadora. Se trataba de la estatua de la libertad con un sarape mexicano.
El protagonista de la historia es un hombre rico acostumbrado a vivir una vida llena de lujos en todos los aspectos, pero una profunda decepción amorosa lo lleva a convertirse en judío y a atravesar por un profundo periodo de reflexión.
Se trata de un personaje carismático e interesante que poco a poco va internando al lector en los intríngulis de la política internacional. Para no hacerles el cuento largo y para que se den la oportunidad de leerlo, en la historia, los Estados Unidos se concientizan sobre la enorme importancia que México tiene para su economía, su política y su estabilidad y se convencen de detener el desastre que representa el vecino del sur, pero en esta ocasión sin disparar una sola bala, sin movilizar al Ejército, sin declarar una guerra costosa económica y políticamente hablando.
Los Estados Unidos de manera sutil, aprovechan las condiciones del putrefacto sistema político mexicano para evidenciar a sus líderes. Caen por corrupción decenas de políticos encumbrados, se desvelan las redes de complicidad entre estos, narcotraficantes y empresarios. Se comprueban multimillonarias evasiones fiscales y mientras el aparato de justicia camina de manera rápida y eficaz, el dinero circula a raudales. Se construye infraestructura pública, se acaban los baches, se modernizan las avenidas. La distribución del dinero fluye de manera equitativa, se generan miles de empleos, se combate en serio a la inseguridad y mientras el pueblo disfruta del cambio, los Estados Unidos se van apoderando de todo. ¿Quién podría salir en defensa de la clase política mexicana?
Los trágicos acontecimientos de la semana pasada en los límites de los estados de Chihuahua y Sonora me hicieron recordar el libro. Nunca como hoy los cárteles amenazan al estado mexicano que se observa débil y rendido tras la política pasiva del presidente López Obrador. Muchas vidas de inocentes han cobrado ya los enfrentamientos entre bandas delincuenciales. En México ya se rebasó cualquier límite, ya no hay temor a nada porque la impunidad es la regla.
Algunos influyentes senadores norteamericanos criticaron acremente la política de seguridad del actual gobierno e incluso se llegó a proponer darles a los cárteles el estatus de organizaciones terroristas.
Lo que sucede en nuestro país no hace más que abonar el discurso antiinmigrante de Donald Trump, discurso que arreciará conforme inicie la campaña por la reelección. Ya incluso ofreció apoyo al presidente mexicano para terminar con “esos monstruos”. Trump insinuó una intervención del Ejército norteamericano para cazar a los asesinos de la familia LeBarón.
El gobierno de México debe dejarse de tonterías, asumir responsabilidades y combatir con inteligencia y hombría a quienes a diario le arrebatan autoridad. No hay lugar a contemplaciones, ni a chistes de mal gusto ni a minimizar el asunto. Se lo deben tomar en serio.
BOLIVIA
El gobierno mexicano repitió hasta el cansancio que no tenía postura ante la situación en Venezuela. Se justificaron tras los principios de no intervención, de la libre autodeterminación de los pueblos y de la doctrina Estrada. Pero ante lo ocurrido en Bolivia ha mostrado una posición firme. Condenó el golpe de Estado y ofreció asilo a Evo Morales. No hay congruencia.
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