Jorge Vergara se convirtió en una figura de fama nacional después de comprar a las Chivas de Guadalajara.
La exposición al ser el dueño de un equipo de futbol sólo se equipara a la de los propios jugadores, ídolos supremos de la afición.
A Vergara no lo conocí en persona, a pesar de que trabajó en León hace más de tres décadas como vendedor de Casolar, aquella empresa del Grupo Monterrey, constructora del complejo turístico Las Hadas en Manzanillo.
Sin embargo, tuve la oportunidad de saber de él por la narrativa que hacía mi padre.
Por su admiración a Jorge.
Un día llegó una invitación de Vergara con un pañuelo.
Distinguía por su amistad y afecto a papá.
Era la metáfora para decir adiós y embarcarse en un viaje por los mares de Asia saliendo de Hong Kong.
Era acompañar a los vendedores más destacados de Omnilife al Oriente con un crucero rentado.
La totalidad de sus camarotes para la gran “familia” de promotores que habían cumplido o superado metas.
Vergara rentaba jumbos Boeing 747 que salían directos de Guadalajara.
Todos los asientos con sus descansa cuello marcado con el logotipo de Omnilife.
Para la mayoría de los viajeros era el descubrimiento de tierras nuevas, de experiencias inéditas en su vida.
Personas con la pasión por vender imbuidas de amor a su trabajo, su empresa y sobre todo a “Jorge”, como todos le llamaban.
La mayoría personas sencillas, humildes a quienes Omnilife les había cambiado la vida.
Otros eran jefes en la escalera multinivel de ventas, quienes ganaban hasta medio millón de pesos mensuales.
Promotores naturales motivados por Vergara en reuniones multitudinarias en Guadalajara donde se afirmaba una y otra vez el valor de sus productos.
Poco faltaba para catalogar a la empresa como un culto, con actos de fe masivos en la bondad de sus compuestos.
La empresa Omnilife, cuyos productos no vemos sino a través de sus promotores, había crecido para llegar a ser ejemplo en México y en el extranjero.
Hace unos 18 años la empresa adquirió el primer Boeing 737 de nivel ejecutivo.
A las vendedoras más talentosas las llevaban a Nueva York, las invitaban a la tienda de prestigio Saks Fifth Avenue, para educarlas y comprarles ajuares elegantes.
Ese trato parecía una extravagancia de Vergara, pero en el fondo representaba la aspiración de todo gran vendedor: transmitir un estado de ánimo invencible, un entusiasmo inagotable.
La admiración que profesaban por Jorge era porque transformaba vidas, más allá de proveer una fuente de ingreso mayor al común de los empleos, Omnilife educaba y educa a su gente sobre los beneficios de una vida sana y ordenada.
Transmitía valores y ayudaba a tener confianza en sí mismo, a creer en el potencial propio.
Por eso la empresa creció y se convirtió en una multinacional; por eso Vergara se animó a participar en el complicado mundo del futbol, un campo donde sólo los verdaderos genios caben.
Su testamento futbolístico perdurará décadas con el estadio del chiverío, el más bello del país.
Al tiempo sus desavenencias familiares difundidas en las revistas del corazón pasarán a ser anécdotas, meros conflictos naturales para cualquier ser humano con aspiraciones superiores y toques de genialidad.
Sólo imagine a un líder que entusiasmara a México y lo hiciera creer en el valor del emprendimiento, la responsabilidad personal, los valores de la autosuficiencia y el premio al mérito y al esfuerzo como lo hizo Jorge.
Tendríamos otro país.