A raíz del nefando crimen cometido en contra de la familia LeBarón, y a petición de ésta, el presidente Donald Trump declaró que ha estado trabajando durante 90 días en preparar un decreto ejecutivo, para que los cárteles mexicanos de la droga tengan el estatus de terroristas.
De darse lo anterior, lo más grave que podría suceder serían las incursiones y operativos policiacos y militares en territorio mexicano, sin la autorización ni conocimiento de autoridades nacionales, violando así la soberanía y territorialidad&
Apunta el experto Mauricio Meschoulam a la BBC Mundo, que efectivamente están previstas en las leyes antiterroristas de Estados Unidos las intervenciones en otros países, entre otras medidas.
“Esto otorga alta flexibilidad a las fuerzas norteamericanas de seguridad para llevar a cabo actos que normalmente se han visto como violatorios de los derechos en una democracia,” dice el experto.
Bajo esa óptica de terrorismo, las fuerzas norteamericanas ya no necesitarían permiso para allanar viviendas, incautar bienes, negocios, cuentas bancarias, cancelar visas& detener sospechosos, socios y amigos de supuestos terroristas, subirlos a un helicóptero y llevarlos incomunicados quién sabe a dónde. Es decir, harían lo que a su opinión convenga.
El enfoque en materia de terrorismo es actuar, de muy diferentes maneras, para prevenir que no ocurra un ataque. Pero, la posición del Gobierno de México es la del rechazo absoluto a la intervención, aunque dice que sí aceptaría la colaboración del Gobierno norteamericano, en información y tecnología. La preocupación de la Cancillería es que la medida genere abusos, injusticias y violaciones de diferente índole y pueda abrir la puerta a operativos unilaterales.
Desde el nacimiento de México como nación independiente, las intervenciones militares de extranjeros tienen una larga historia y han quedado bien grabadas las afrentas en el inconsciente colectivo de los mexicanos. Éstas han sido rechazadas por la mayoría del pueblo, aunque aplaudidas y deseadas por los conservadores.
Como ejemplo: La intervención de la capital mexicana por el general Winfield Scott, el 14 de septiembre de 1847, o la toma de Puebla por los franceses, al mando del general Fréderic Forey, el 17 de mayo de 1863&
A manera de recordatorio, en 1847 en la capital mexicana la jerarquía eclesiástica y los conservadores recibieron a los altos mandos estadunidenses con flores y un Te Deum, y aún, en mayo de 1863, luego de la ruptura del sitio y la derrota mexicana en Puebla, recibieron con otro Te Deum de gala a los franceses.
Semanas antes de la batalla, el general Ignacio Zaragoza se lamentaba amargamente en sus cartas de que los habitantes pudientes de la ciudad ni se incorporaban a la resistencia, ni proporcionaban armas, ni dotaban de víveres. “La conservadora, traidora y egoísta ciudad de Puebla”, escribió en una carta&”
Mi gobernador, Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, se enganchó con el juego político de los espejos, y aplaudió una posible intervención de Estados Unidos y la nominación de terroristas a los cárteles de la droga.
¿Estará consciente de que su clamor, además de impopular, es un claro manifiesto de claudicación a su responsabilidad y un desvelo de cuerpo entero a lo que ha sido la incapacidad de brindar seguridad a los ciudadanos? ¿Estará consciente de la dificultad que habría para aprobar el T-MEC, calificando la existencia de acciones terroristas en México? Ojalá y todo haya sido solo un desliz, un déjà vu de su inconsciente conservador.
Lo entiendo, pero, no comparto sus deseos, porque me identifico más con José M. Luis Mora que con Lucas Alamán. Sin embargo, hay que recalcar que Guanajuato encabeza la lista nacional de crímenes en México.
Pero, el tema del terrorismo, viniendo de Trump, parece un distractor ad-hoc para sacar lustre a sus tiempos políticos& Es el juego político de los espejos, ¡de hacer creer! De la misma manera, también a López Obrador le viene bien un baño de nacionalismo y envolverse en la bandera, a la usanza de la leyenda de los Niños Héroes, cuando la invasión norteamericana.
De ninguna manera le convendría al vecino país del Norte meterse en un hoyo sin salida, una guerra sin fin y tomar esa responsabilidad en sus manos.
Además de ser una pésima acción política y diplomática, ante los ojos de América Latina y del mundo, Estados Unidos tendría muy pocas posibilidades de éxito y el pueblo no colaboraría con sus militares, tal y como sucedió en la Expedición punitiva, cuando se metieron a México diez mil soldados gringos al mando del general Pershing a perseguir a Villa. Nunca pudieron encontrarlo y el resultado fue un total fracaso. Imagínelos usted en la sierra de Guerrero, en el triángulo dorado de la sierra de Durango, Chihuahua, Sinaloa& persiguiendo narcos que tienen una gran base social; sería su segundo Vietnam, aunque los conservadores les aplaudieran y les ofrecieran un Te Deum en la Basílica.
Entonces, el presidente tiene tres posibilidades, a saber: No engancharse y utilizar la diplomacia, enfrentar a Trump o cambiar de estrategia y regresar a los últimos 12 años: balazos y más balazos, sin ningún éxito. La solución estará en la primera opción; México tiene una gran tradición en la diplomacia, que aprendió y forjó a través de la experiencia que le brindó la brega de años lidiando con el poderoso vecino del Norte y con la intrigosa jerarquía purpurada.
Sin embargo, es importante hacer notar que México no es responsable exclusivo de todas las incidencias del crimen organizado y la violencia que genera en el país. Los EE.UU. tienen una alta corresponsabilidad al respecto. Arman a los supuestos terroristas y les compran la mercancía.
Por lo tanto, también los EE.UU. deben tratar de reformar su estrategia fallida de la guerra contra las drogas en su país, controlando la distribución y demanda, ya que mientras exista, el tráfico de drogas va a continuar. Más que amenazar, deben de apoyar, porque es una responsabilidad compartida. Esto lo sabe Trump, pero todo es el juego político de espejos&