La historia de nuestro País ha tenido, de siempre, pero en ciertas épocas de manera señalada, sus vaivenes ideológicos a partir, claro, de la formación, ambiciones e impulsos de quienes, desde el ejecutivo federal, nos han gobernado.

Antes de entrar al terreno de la criteriología, reconozcamos que el autoritarismo sustenta siempre y en mucho a los mandatarios.

La democracia fue, es y será, por lo que se experimenta en la historia y ahora, un anhelo muy difícil, no imposible de lograr. Aceptar esto no es derrotismo ni obnubilación voluntaria, sino reconocer una escasa formación en el grueso del pueblo y la manipulación de grandes conglomerados de votantes ceducidos con promesas y dádivas.

Podemos recordar aquello de “cuando te diere de lo mío, mío es; cuando te lo quitare, no fue cosa tuya”; esto no en orden excelso sino meramente político nos hace entender que: “te doy recursos y hasta tajaditas de poder, pero te controlo o quito cuando quiera”.

Pero antes de seguir con lo ideológico y práctico, recordemos que en México, el de siempre, los dictadores, caudillos de todo género y matiz formativo, ignorantes o con academia llamados presidentes, han tenido el poder en sus manos como algo de pertenencia individual, ni siquiera grupal.

Porfirio Díaz por ello se entronizó y eternizó y de ahí para acá el salto a la Silla fue por presiones y acciones, hasta que llegamos con jactancia y fachada al denominado civilismo con Miguel Alemán Valdés. 

El cambio fue de forma; pero nada de fondo. Lo que decía el Presidente, era lo que se hacía para lo cual existían las maneras. No a lo burdo, como ahora, sino con bisturí político.

Un partido hegemónico, era “maiciado” desde arriba. A las distintas agrupaciones se les permitía ámbito de acción: campesinos muy favorecidos, obreros controlados, sectores populares con edulcorante y burócratas en la nómina y acción. ¡Todavía gracias al PRI, el líder de los servidores públicos es el de hace casi medio siglo!

La oposición resultaba una pálida acción deprimida o, de ser necesario, reprimida. No alcanzaba a dañar ninguno de los tentáculos del pulpo que todo lo dominaba.

La mayoría o mayorías, como suele decirse, era especie de crucigrama en el que la solución o sea las cifras, las tenía a mano y en el momento oportuno, siempre el Gobierno.

Recuérdese, para refrescar la memoria, que el llamado “salinato”, se dio gracias a la maniobra denominada “caída” grotesca del sistema, operado por Manuel Bartlett, personaje por cierto hoy está encumbrado por López Obrador. Un arrebato autoritario, contra viento y marea, sobre la realidad numérica que arrojaban los cómputos parciales, para no dejar, los priístas, el poder.

Pero vayamos al vuelco que dio la realidad político-electoral en los recientes tiempos.

Una campaña y lucha caminera, terrasera y pueblerina, con ejercicio del poder en el entonces Distrito Federal, que ganó con el PRD, al que pertenecía, le permitió a Andrés Manuel López Obrador tornarse opción política electoral, afianzada por acciones de bienestar directo a no pocas personas que, desde entonces, afianzó como partidarios.

Claro que en su andar permanente contó con muy abundantes recursos financieros, ya que para ganar una batalla política se requiere dinero, dinero y más dinero.

Su persistencia, que no puede y menos debe ser negada lo hizo lograr una cantidad de votos con que Morena alcanzó la evidente contundencia. Una cifra a su favor, como nunca. Ya no apareció la duda, menos la demanda de “voto por voto, casilla por casilla” de los perdedores. 

Los órganos colegiados sancionaron un triunfo contundente. Los competidores, candidatos y partidos, se rezagaron en condiciones lastimeras aunque debe precisarse que hubo entidades, como Guanajuato, en donde el panismo salió airoso y muy adelante.

Y ahora aparece un punto toral de reflexión: 

Quiénes y cuántos apoyaron a AMLO con la boleta en las urnas, ¿en realidad de verdad conocían la ideología y carta oculta del personaje?

Esos electores ¿sabían de su sutrato ideológico marxista?

Como por los frutos lo conoceréis, hoy que el Presidente es quien encabeza acciones que exhiben su tendencia, hay tema para que no pocos que lo apoyaron, mediten.

Es más: su reparto de bienes, principalmente financieros con la idea de que “primero los pobres”, es sensato entender que le ha sumado mayor cantidad de respaldos ciudadanos.

Y hay que decirlo de una vez: el dinero que sale del erario público, para la gente, no va solo a quienes más lo necesitan, en alguna forma también les llega a muchos que no están en la inopia; pero lo reciben porque ¿a quién le dan pan que llore?

Con esas maniobras, urge repetirlo, AMLO ha sumado más simpatías.

Aquí se aparecen dos reflexiones:
Primera, los votantes de la justa electoral ignoraban, como ya se asentó, el programa completo y la ideología del postulante. La esperanza de un cambio prometido, los motivó. Aceptémoslo.

Segunda, cuantos “maiciados” ahora lo respaldan por lo que les da, si no son de izquierda, socialistas-marxistas, vendieron su primogenitura, por un plato de lentejas.

Incluso hay grupos, partidos viejos y nuevos, que ya se han congraciado con Morena y su mando supremo, para seguir con los deleites de la miel que derrama el poder. En campaña, la diáspora en los otros partidos, la aprovechó él. Aceptó y colocó piezas, como en juego de ajedrez, de donde vinieran.

Hoy, está claro, hay en el gobierno central de México un mando autoritario sustentado en el izquierdismo; que en mucho se impone hasta a quienes tienen otro criterio ideológico-político.

Lo mayormente meditativo es ¿qué va a ocurrir cuando López Obrador, por mandato constitucional, termine su sexenio? No es creíble que pueda seguir meciendo la cuna y menos con la “grilla” que en Morena ya está de manifiesto y crecerá al tamaño de las tajadas de poder que cada grupo ambicione, pero esto, como dijo la viejita: es otra historia. Ya lo abordaremos oportunamente.

Por cierto, ahora que se están repartiendo honores a los extremistas y hasta espacios en la Rotonda de las Personas Ilustres, no vayan a dejar sin lugar a Cuauhtémoc Cárdenas, Pablo Gómez Álvarez y Porfirio Muñoz Ledo, ameritados extremistas que ya en vida se ubican en el nuevo santoral heróico.

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