El sábado pasado fuimos testigos de dos actos primordiales. Un festival organizado por el presidente en donde se dejó querer por todos sus seguidores en la plancha del zócalo y una marcha contra su gobierno, cuyo epicentro fue el monumento a la Revolución y se replicó en varias ciudades de la República.

Fiel a su estilo, el presidente narró un presente triunfalista en el cual se están gestando las bases que convertirán a México en el mejor país del mundo y elevarán su figura al Olimpo de los grandes estadistas. Obrador mintió una y otra vez, utilizó datos falsos y continuó con un discurso polarizador que divide a los mexicanos en buenos y malos.

En la otra marcha, los detractores criticaron sus políticas, el poco crecimiento económico, el discurso agresivo, la falta de tolerancia y la inseguridad, esa que prometió mejorar apenas cumplidos cien días de gobierno y hoy no parece tener solución.

Tenemos pues a un presidente que sigue dividiendo al país, que no tiene autocrítica, que gobierna a capricho y en base a prejuicios, que está ahogando a los organismos autónomos, eliminando o controlando a los contrapesos y que preferencia la lealtad por encima de la capacidad. Un presidente que replica el capitalismo de cuates. “Quito a estos para que lleguen estos otros”. Y un grupo de individuos capaces de insultar, humillar y maldecir a quien ose criticar al primer mandatario.

Lo del presidente, lo suyo lo suyo es la plaza pública. Esa que lo aclama y le aplaude todo. Esa donde no hay autocrítica. Esa a la que no le importa que el país se haya convertido en la piñata favorita de Donald Trump. Esa plaza pública a la que no le importa que personajes siniestros sean los consejeros del presidente.

Para que una transformación tenga lugar es necesario que la lleven a cabo individuos nuevos, que se implementen nuevas acciones, nuevas ideas. Una transformación es imposible cuando quienes presumen llevarla a cabo son parte del putrefacto sistema político desde hace décadas.

Estamos ante la presencia de un proyecto transexenal, con Obrador o no, pero destinado a continuar en el poder. Un proyecto que quiere gobernar sin contrapesos, que ignora incluso los datos arrojados por el propio gobierno y que se escuda en los “otros datos” que nadie conoce.

Un año de gobierno con incertidumbre económica, con desconfianza, con temor, con ideas locas, con proyectos de infraestructura sin pies ni cabeza. Un año en donde se ha alimentado la figura megalómana del gran líder, del salvador de la patria, del hombre necesario, del caudillo excepcional.

Y no, no es anhelo por el pasado corrupto e ineficaz que hoy tiene en la presidencia a Obrador. Se trata de entender que los proyectos como los que encabeza AMLO suelen terminar muy mal.

[email protected]

Twitter: @gomez_cortina

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *