El momento bisagra en la historia del país fue 1968. Comenzó con el enfrentamiento de dos equipos universitarios entre escuelas del Politécnico Nacional y de la UNAM. Iniciaron manifestaciones que fueron reprimidas por granaderos. El ánimo estudiantil se enfadó. Las marchas pacíficas se convirtieron en disturbios crecientes, en la fusión de las corrientes estudiantiles radicales en un Comité Nacional de Huelga.
Detrás de todo había ideología, resentimiento, pero sobre todo la aspiración de mayores libertades políticas y el anhelo de un diálogo para lograr cambios. Gustavo Díaz Ordaz se ofuscó y perdió la oportunidad de construir una salida al conflicto. Era una época turbulenta.
Europa y Estados Unidos tenían una primavera caliente con rebeliones de jóvenes por la Guerra de Vietnam. La “masacre de la Universidad Estatal de Kent en Ohio” en mayo, marcaba un hito en la lucha contra el gobierno de Lyndon B. Johnson y su arremetida con bombardeos irracionales en Camboya.
Francia sufría un levantamiento de trabajadores y estudiantes que llevaron a un paro casi total en el Gobierno, empresas y universidades. Se temía que las manifestaciones violentas se convirtieran en una rebelión, en una guerra civil.
En México nada había sucedido en años de control político, alto crecimiento económico y la espera de las Olimpiadas. La herida surgió y nunca se supo a ciencia cierta la magnitud de la masacre de Tlatelolco.
Este año en Chile un pequeño aumento en el precio del servicio del metro estalló una olla express que nadie imaginaba. La falta de educación superior subsidiada por el Estado y el estancamiento de la clase media generó un alto en el camino para el país próspero de la región. Infortunadamente hubo muertos y estudiantes cegados por las balas de goma de la policía.
En Colombia también hay malestar en minorías radicales que copian lo que sucede en Chile, los estudiantes vuelven a ser protagonistas principales en las manifestaciones y encabezan el malestar social.
Por eso la autoridad local debe atender de inmediato los reclamos de los estudiantes de la Universidad de Guanajuato. La irritación social por la violencia y la inseguridad puede desencadenar reacciones donde menos se esperan. Los estudiantes son muy sensibles a la injusticia y hoy se solidarizan. Su queja no es un reto sino una búsqueda de respuestas ante la muerte de una compañera en circunstancias confusas. Sin embargo tienen el mismo ánimo que hay en todo el estado: pesadumbre por el clima de violencia.
Son dos temas que pueden parecer aislados pero tienen una misma raíz, la vulnerabilidad de la mujer y la tardanza de las autoridades académicas y políticas para escuchar y dar respuesta. Culpar a la universidad pareciera no tener sentido, pues no es la responsable de la seguridad pública en Guanajuato capital, pero debe entenderse como un grito estudiantil de ayuda.
Todas las autoridades deben abrir de inmediato las puertas y escuchar. Es su trabajo.
Desestimar el malestar o querer hacerle al avestruz puede convertir manifestaciones pacíficas en conflictos mayores. También es necesario contemplar cambios indispensables en la estrategia y en la cultura oficial para combatir el crimen, antes de que el Gobierno se vea forzado a hacerlo en circunstancias graves.