El paradigma del amor, como lo conocemos hoy, es probable que sea una invención del siglo XVI. Antes, las personas se casaban por otras razones, no necesariamente por amor.

Entre la nobleza, con el matrimonio se buscaban alianzas estratégicas; en el resto de la gente, simplemente trascender teniendo familia o satisfacer la necesidad de alguien que lavara, cocinara o se responsabilizara de las tareas domésticas. 

Las primeras historias paradigmáticas de amor son algunos clásicos de la literatura europea como: Tristán e Isolda, Lancelot y Ginebra, Romeo y Julieta. 

La historia de Pedro Abelardo y Eloísa es un caso aparte, porque fue en la vida real, no en la imaginación del literato o en las novelas de amor.

La historia es conmovedora, una verdadera historia de amor.

Pedro Abelardo, teólogo y filósofo francés, cuya fama como profesor lo convirtió en una de las figuras más célebres del siglo XII, pronto adquirió fama como profesor y pensador original. 

A raíz de su bien ganado prestigio, Fulbert, canónigo de la catedral de Notre Dame de París, nombró a Pedro como tutor de su sobrina Eloísa.

Eloísa y Abelardo se enamoraron perdidamente, pese a la gran diferencia de edad entre ellos, Abelardo era mucho mayor que Eloísa. Ella dio a luz un hijo. Ante la insistencia de Abelardo se casaron en secreto y convenció a Eloísa de tomar los votos sagrados en la abadía benedictina de Saint- Argenteuil. 

El tío de ella, el canónigo Fulbert, enfurecido por el matrimonio y la preñez de su sobrina, decidió que Pedro Abelardo tenía que abandonar a Eloísa y castrarse.

Abelardo se castra y cumple así el mandato del canónigo de Notre Dame y se refugia en un monasterio. Sale años después, vuelve a dar clases, incumple su compromiso de no volverla a ver jamás, pero se encuentra con ella y le obsequia una abadía a su amada Eloísa. Lo vuelven a juzgar, lo encierran y muere viejo, solo y triste. Eloísa tiene como cárcel un convento hasta el día de su muerte.

Para los románticos y enamorados, la historia anterior, es seguramente el paradigma clásico del amor por antonomasia; sin embargo, a la luz de la ciencia que estudia la química del amor, éste está determinado por una serie de substancias que nos hace sucumbir a la pasión amorosa.

“Las grandes pasiones son enfermedades incurables” decía Goethe. Pérdida de sueño y apetito, hiperactividad, son algunos síntomas que sufren los enamorados. 

Sin restar méritos al romanticismo, se han identificado una serie de substancias químicas hormonales y neurotransmisoras que están implicadas en la pasión amorosa.

La doctora y antropóloga Helen Fisher, profesora e investigadora de la Universidad de Rutgers, New Jersey, identifica en el cerebro humano los tres aspectos fundamentales del amor: Lujuria, atracción y unión. 

La lujuria (deseo desmedido sexual) es producto de la testosterona, que es la causante del impulso inicial que induce a buscar pareja. 

Luego viene la atracción, el enamoramiento que se atribuye a bajos niveles de serotonina y a la dopamina, neurotransmisores cerebrales que se relacionan con la sensación de bienestar.

Cuando el amor se consolida, el vínculo y la atracción tiene que ver con otras substancias llamadas oxitócica y vasopresina.

La antropóloga define el enamoramiento como una cumbre química que suele terminar en un año, aproximadamente, probablemente porque el cerebro produce menos substancias o porque los receptores se adormecen.

Para el momento en que esta energía ha engendrado a un hijo, el cerebro ya ha pasado a la siguiente fase, la unión, un estado caracterizado por sentimientos de seguridad, comodidad y unión espiritual con una pareja estable. 

La unión es el sentimiento más duradero, mucho más que la lujuria o el enamoramiento.

La doctora y antropóloga Fisher señala que el amor, probablemente, es la emoción más deseada y a la que han prestado más atención poetas y cantantes, sin saber que los responsables de esa sensación son las hormonas y los neurotransmisores.

Fisher ha estudiado 58 culturas de todo el mundo, comprobando que en todos los lugares las pautas de las relaciones amorosas eran similares. 

El estudio constató que las mujeres tienden a tener hijos cada cuatro años y que el momento en que una pareja tiene mayores probabilidades de divorciarse se ubica en el cuarto año de relación, que es el plazo más habitual del divorcio, tras el matrimonio.

Así elaboró la teoría del ciclo reproductor de cuatro años. 

Fisher cree que el periodo de amor se acaba en este ciclo de la temporada de reproducción ya que considera que es el tiempo en que un hombre y una mujer deben permanecer juntos al menos hasta que su hijo camine y se destete para que pueda ser cuidado por otros.

Un estudio de 800 neoyorquinos locamente enamorados, con euforia, hiperactividad, pérdida de apetito y sueño, reveló que todos sufrían, además, de un pensamiento intensivo-obsesivo: “no puedo dejar de pensar en ti”, como la letra de muchas canciones de amor. 

Lo anterior es producido por la falta de serotonina y dopamina en el cerebro.

Los románticos seguramente se inclinarán a pensar que el amor viene del corazón; los de visión científica querrán ver los neurotransmisores y hormonas enamorándose químicamente; usted podrá escoger lo que más le acomode. 

De lo que si estoy seguro es que el amor nos completa, alegra, nos brinda energía para vivir, comunicarnos y crear. 

“Morir de amor&” sería la mejor manera: Pierda el sueño, el apetito y vea el mundo de color de rosa, ya sea por la química de los neurotransmisores o por romanticismo, pero viva las tres etapas del amor a plenitud: Lujuria, atracción y unión.
 

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