No, de ninguna manera la gente sensata se opone a los avances de la ciencia y tecnología. Esa realidad vuela de manera vertiginosa y nos deja pasmados a la vez que reta nuestra capacidad de adaptación para hacer todo ello instrumento grandioso, como firme cimiento de prosperidad y felicidad.
Desde siempre el progreso rebasa las expectativas ya que el ingenio humano descubre el átomo, lo desentraña y se lanza a desnudar la inmensidad del universo.
Cada horizonte nuevo es reto para la conducta humana supuesto que la energía que fluye lo mismo puede llevar al progreso que a la destrucción; fuerza potentísima que por desgracia cayó un dramático día sobre Hiroshima o Nagasaki en Japón. Luto mundial y fin de una guerra.
Igual, con esa enorme potencia, el ser humano alcanzó la luna y manda naves a Marte. Cuanto de ello se derive apenas podemos imaginarlo, sobre todo los neófitos.
No es una disgreión si recuerdo que hace décadas, en la secundaria María Álvarez, de Saltillo, le pregunté a mi maestro, un genio que impartía física, si sería posible, en algún tiempo, convertir la energía en materia. Me respondió con sencillez que “el progreso no se detendrá jamás”.
Hoy tenemos resultados para el asombro simplemente en las comunicaciones.
¿Qué son las redes sociales? Una especie de relámpago al servicio de millones de seres humanos. Instrumento para múltiples actividades que cruza los espacios sin medir siquiera el tiempo.
Hace casi un siglo nos comunicábamos, para jugar, con dos botecitos que a través de un hilo difundían la voz. Luego, para los servicios emergentes de la Cruz Roja, en las serranías (montaña de Cristo Rey) se mandaban señales con banderolas. Llegaron los llamados woki-toki y finalmente el internet asombró a nuestra especie.
Comunicación sin límites; ideas, mensajes, operaciones que vuelan a todos los vientos.
Pero… ¡cuidado!, no nos engolosinemos, hay que meditar una pulsación de segundo antes de utilizar esa modernísima herramienta.
¿Por qué planteo lo anterior? La respuesta es simple: ese medio de comunicación, al alcance ya de casi todo el globo terráqueo, es como una especie de cuchillo de doble filo.
Meditemos que muchas veces nuestro estado de ánimo está cargado de tedio, pasión, emoción de desquite o de maldad y si permitimos que esos sentimientos, en bruto, nos gobiernen o se manifiesten luego, haremos un mal y nos lo propinaremos a nosotros mismos.
Apoco proponemos o anticipamos algo de lo que luego nos vamos a arrepentir. La reflexión oportuna tiene gran valor.
Es más, la simple irresponsabilidad al mandar un comunicado falso puede crear inestabilidad, por no decir que daño o falsa alarma.
Como muestra de lo que no se debe hacer, está el mensaje que hace días subió a redes sociales una dama en la Ciudad de México. Comunicó que estaba secuestrada. Así de simple.
Se encendió, lógicamente, la alarma de familiares y, claro que también de autoridades.
A buscarla. Indagatoria con mínima base. Escudriñar en lo que dijo. Seguir pista casi imaginaria. Labor en apariencia infructuosa.
De pronto la dama apareció. Llegó sana y salva a su casa.
Antes de que retornara al seno de su familia, las cámaras de seguridad de un sitio alimentario o para solaz, ya la habían captado y dado cuenta a la Policía y un medio de comunicación, que se había ido a divertir unas horas.
Respetable su decisión de copear o degustar, pero grotesco y absurdo el mensaje que puso en movimiento a propios y extraños. Adrenalina al máximo.
¿Hasta dónde dañó la credibilidad de su familia o les disparó absurdamente una preocupación a cuantos recibieron su nota?
Movilizar a la Policía por una puntada no tiene calificativo menos cuando hay casos de acoso y secuestro reales, que pueden poner a las autoridades a dudar.
De ninguna manera resulta caso único el de esta persona, que por cierto no se trata de muchacha y menos niña. Me abstengo de referir otros sucesos similares o peores, porque no se encamina esta colaboración a la relatoría del abuso y absurdo.
Simplemente es un llamado para que entendamos lo fatal que puede ser el pésimo manejo de esos modernos medios de comunicación.
Hoy sabemos, en el mismo hilo conductor, que la muchachita ultimada en Guanajuato, cuyo caso ha movilizado a la comunidad universitaria casi en su totalidad, con marchas y paros, conoció al supuesto victimario en las redes sociales.
(Igual perjuicio causan a la sociedad las noticias falsas que se transmiten con frecuencuencia).
Ya anotamos, pero debemos insistir que con y por medio de las redes sociales se puede hacer incluso una buena labor, como cuando se cita para manifestarse en apoyo de una causa noble o para protestar por hechos injustos y comprobados.
¿Ejemplo? Aquí está: En la misma Universidad de Guanajuato, campus León, se hicieron denuncias contra profesores acosadores.
La indagatoria evidenció el desacato a la cordura.
Esas agresiones a estudiantes debieron tener una secuela jurídica, o sea la acusación formal de los actores ante el Ministerio Público.
Si en la indagatoria de la casa de estudios se encontró certeza de la denuncia y los hechos, igualmente una Fiscalía de turno habría procedido a sancionar a los victimarios.
Si en ese lapso, por medio de redes sociales se hubiese movilizado a la comunidad estudiantil, como ahora se hace, otro resultado se habría dado.
La penalización, según se supo, para los acosadores, fue de lo más grotesco: unas semanas sin dar clases.
Y, esos sujetos que al menos debieron ser retirados del servicio docente (la ley lo fundamenta) continúan como promotores del ser y del saber, monda y lirondamente. ¡Qué absurdo!, peor cuando los hechos involucran a una institución con prestigio que nadie puede ni debe negar.
Respecto a la manifestación de la comunidad estudiantil para exigir justicia, algunas personas piensan y manifiestan que eso es peligroso “ya que los universitaros saldrán a la calle en el futuro, por cualquier motivo”.
No. Tal eventualidad carece de perspectiva y fundamento supuesto que la grey estudiosa ha demostrado, ahora como siempre en esta entidad, que tiene criterio y va, con sus demandas, tras lo positivo, que ampara la ley.
No le temamos a la fuerza humana guiada, por la razón, antes, al contrario, sumémonos a ella para airear y lograr que imperen la justicia y la razón.