Con la disculpa pública del Gobierno ofrecida a los estudiantes de la UG por omisiones en la seguridad y la justicia, Diego Sinhue Rodríguez muestra la humildad que enaltece.
Ya pasados los días de desencuentros y enseñanzas, vale recordar la calidad de una universidad singular.
Lo mismo vale para nuestro rector Luis Felipe Guerrero Agripino, quien no escatimó palabras para buscar el reencuentro con la comunidad a la que tanto quiere.
Cuando los jóvenes ofrecen entregar las instalaciones limpias, sabemos que hay un espíritu distinto a la mayoría de las universidades públicas del país. ¿De dónde sale esa educación superior? ¿Cómo se dio esa calidad que permite altura académica y un ambiente de fraternidad entrañable?
Hay valores que no cambian, que siguen presentes todos los días de nuestras vidas para los egresados. Hay uno en particular, sencillo pero potente. En la UG no hay fósiles o si los hay son la excepción. La regla de tres exámenes reprobados y tarjeta roja hace que la mayoría se esfuerce mucho.
Después de 40 años de salir de las aulas, hay días en que sufro una pesadilla que se repite: estamos en el aula frente a un examen difícil de ecuaciones diferenciales o cálculo vectorial y no tengo las respuestas. Al despertar llega un alivio pero vuelve el recuerdo de que la Escuela de Ingeniería Civil era difícil, muy difícil. Sobre todo cuando el tiempo no ajustaba en Guanajuato para tantas actividades festivas, por decir lo menos.
Qué decir de la cantina El Incendio justo a cien pasos de la casa de asistencia; las fondas y restaurantes donde nos daban crédito o el tiempo maravilloso de los Cervantinos.
Guanajuato está hecho para la Universidad con sus espacios cálidos de callejones y plazas. Estudiar dentro de una joya colonial es una ventaja frente a los modernos campus fríos de otras instituciones públicas y privadas. Sólo ciudades españolas como Salamanca tienen ese sabor añejo de rondas y rondallas.
Cómo no recordar el espacio para la profunda meditación y estudio en la pequeña Escuela de Filosofía y Letras, donde el aire siempre transparente permitía ver los valles del Bajío en el clima fresco de la montaña. Ahí las verdaderas clases se daban en torno a una mesa de café en el ex Convento de La Valenciana.
El ambiente jovial y a veces disipado de los alumnos se convierte en una comunidad que más parece una familia extendida. Incluso con los maestros que disfrutan por igual la cofradía de la abeja.
Los hombres que forjaron la UG tienen nombre: Armando Olivares Carrillo, Euquerio Guerrero, Eugenio Trueba Olivares (quien por fortuna vive cerca de su centenario), Santiago Hernández Ornelas y cientos de maestros de excepción.
La aportación de Juan Carlos Romero Hicks por su lucha de autonomía ayudó en años recientes a darle la independencia de la política partidista.
A pesar del recuerdo angustioso de exámenes que duraban hasta 16 horas, de las dificultades para no caer en extraordinarios o preordinarios, hay un amor muy especial a nuestra universidad.
En los rostros de las y los jóvenes que marcaron un hito reconocemos gestos heroicos. Eugenio Trueba citaba a Miguel de Unamuno quien pedía heroicidad a la juventud. Aquí la tuvimos.